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-Santo Padre, permita que en nombre de mis
compañeros presente a S. S. los más fervientes
votos por la persona de S. S. y de adhesión a la
Santa Iglesia Romana.
Recibió el escrito que le presentaba, me dio a
besar el anillo y yo le dije:
-Santo Padre, con este beso le aseguro la
fidelidad y el afecto de más de mil ochocientos
muchachos, que acuden a los Oratorios de Turín.
Nos dio la bendición, prometió que leería el
escrito y concedería lo que yo pedía en nombre de
los muchachos del Oratorio. Oyó hablar sobre los
Oratorios y del afecto a la Santa Sede con mucha
complacencia y dio su bendición para todos.
Contra toda esperanza parece que los asuntos de
nuestra Congregación marchan bien, y para
encauzarlos mejor todavía, don Bosco tendrá que
permanecer algunos días más en Roma. Sentiría esta
tardanza, aunque no se me crea, pero es así; me
quedo solo muchas veces, doy vueltas por Roma y me
aburro tremendamente.
También monseñor Moroni, atraído por la fama de
piedad de nuestro don Bosco, vino a visitarlo hace
pocos días y quedó muy complacido cuando don Bosco
le dijo que, gustosamente y con gratitud,
recibiría su obra del Diccionario Eclesiástico.
Efectivamente, dos días después vino él en persona
muy agradecido a entregar la obra, que consta de
más de cien volúmenes. La tenemos por ahora aquí
en nuestra habitación y el conde Vimercati, en su
inagotable bondad, piensa enviarla al Oratorio.
Dentro de unos días recibiréis también el cirio
del Papa... íAh! Me ((**It8.650**))
olvidaba deciros que una persona, muy conocida del
caballero Oreglia, la señora Rosa Mercurelli, ha
querido regalarnos otro cirio que compitiese con
el del Santo Padre. Por lo tanto, en lugar de uno,
recibiréis dos, y a saber si alguien piensa hacer
el mismo regalo al secretario de don Bosco y así
resultan tres. Entonces se cumpliría de verdad lo
de omne trinum esset perfectum! (El conjunto de
los tres sería perfecto) La misma persona después
de haber... (suspendo un instante, quizá con
demasiada libertad epistolar)... para decir que el
tercer cirio íacaba de llegar ahora mismo para el
Secretario, traído por la Princesa Orsini! No es
tan bonito como los dos primeros, pero es más
hermoso por la importancia de quien lo entrega y
del Santo Padre, que lo bendijo.
Siguen las audiencias y, si don Bosco no las
cortase eludiéndolas, solamente Dios sabe si
podría salir de casa, comer y dormir. La misma
señora Mercurelli acaba de regalar más objetos muy
bonitos para la tómbola y medallas, rosarios,
crucifijos para los muchachos, y dice que, antes
de la partida de don Bosco, aún reunirá más cosas.
Es verdad, os extraña que don Bosco no escriba,
pero promete encontrar hoy algún momento para
dedicároslo.
Por las noticias que me da don Celestino
Durando, estoy muy contento y le agradezco a él y
a todos los profesores que desplegaron tanto celo
durante estos días y que procuraron hacer tanto
bien a nuestros muchachos. A mi vuelta les llevaré
un recuerdo, pequeño si se quiere, pero muy
apreciado, de mi estancia en Roma. Los boletos de
la tómbola tan abundantemente llegados aquí, se
colocan de un modo increíble. Muchos los adquieren
como reliquia y como remedio eficacísimo contra el
cólera, que también va infectando esta zona.
Si el señor Conde lograse rehabilitarse del
todo, o al menos para poder viajar, nos haría una
visita, y nos devolvería la que nosotros le
hacemos en Roma. Hoy, por vez primera, salí a dar
una vuelta por la ciudad en coche. Un periódico
que habló de don Bosco, dijo muchas cosas
verdaderas, salvo una y en materia que hubiéramos
(**Es8.551**))
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