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honores y privilegios extraordinarios; pero, que
yo sepa, no ha hecho hasta ahora nada
estrepitosamente prodigioso, como hubiera sido por
ejemplo la instantánea curación del hidrópico de
Turín.
>>Veremos si, antes de partir, permite el Señor
que haga algo verdaderamente sorprendente.
>>Esta mañana no hemos tenido tiempo más que
para besarle la mano y saludarle a su paso por la
sacristía ya que, imagino, le esperaban arriba
para desayunar e ir después a las funciones en San
Pedro. Aníbal va de vez en cuando a San Pedro ad
Vincula, pero rara vez tiene la suerte de
encontrarlo, porque no le dejan ni un momento de
reposo.>>
Una Comunidad femenina, recordando la visita
recibida en 1858, le escribía:
íVivan Jesús, María y José!
Reverendo don Bosco:
Dado que mi monasterio tuvo ya en otra ocasión
el honor de su visita, permítame su bondad rogarle
nos honre también en esta ocasión, antes de su
partida de Roma.
Pídole mil perdones por mi atrevimiento y
encomendándome a sus santas oraciones, con todo
respeto tengo el honor de profesarme
Adoratrices del Santísimo Sacramento, 2 de
febrero de 1867
Humilde
y segura servidora
Sor MARIA TERESA
DE LOS
SAGRADOS CORAZONES, Sup.
Escribía don J.B. Francesia sobre este día y
otros más:
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3 de febrero de 1867
Querido Caballero:
Voy alternando mis cartas desde Roma dirigiendo
unas a usted y otras al señor Prefecto, para que
no haya envidias.
Empezando, pues, por la casa donde nos
hospedamos, le diré algo que no será inesperado,
pero sí nuevo. Ciertamente es verdad que el señor
conde Vimercati es industrioso y sagaz en sus
obras. No quiere que haya una casa piadosa que no
tenga algo que agradecerle. Sepa que, además de lo
mucho que ya ha realizado, el otro día nos hizo
una jugarreta como para ofender a cualquier buen
cristiano. Por fortuna, antes nos había pedido
excusas por la injuria que llevaba en la cabeza;
por lo demás el caso era como para escapar a
Turín. Dio orden a su costurera para que, en el
menor tiempo posible, hiciese para don Bosco y
para mí cuatro camisas y cuatro pañuelos y (íqué
camisas y pañuelos!) ocho en total, que después
nos encontramos inesperadamente sobre la cama.
Así, a más del trabajo del lavado, encima la paga.
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