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de su Rey. Allí, en cambio, en el caso de que
alguna vez llegase la esperada restauración,
estando en el sitio, podrían ayudarlo.
((**It8.633**)) El
Siervo de Dios se esforzaba por alejar de Roma a
aquellos señores, probablemente para hacer un
favor al Papa.
También la reina madre María Teresa, segunda
mujer de Fernando II, deseaba ver a don Bosco y
mandó a su caballero de honor, el Duque de la
Reina, para decirle:
-Su Majestad la Reina Madre quiere hablar un
momento con usted: >>a qué hora podría ir don
Bosco a su palacio?
Don Bosco fijó la hora y fueron a recogerlo con
un coche. Larga fue la entrevista. Deseaba la
Reina que el Venerable le revelase un porvenir más
glorioso y la vuelta a su palacio; pero no obtuvo
más que esta precisa respuesta:
-Majestad, siento tener que decírselo, pero íSu
Majestad no volverá a ver Nápoles!
Al volver a casa narró don Bosco a don Juan
Bautista Francesia dicha entrevista. Este le
observó:
->>Y usted tuvo valor para decir eso a la pobre
señora?
-Es natural, replicó don Bosco; me piden la
verdad y debo decirla.
Esta respuesta llegó también a oídos del Rey de
Nápoles, quien sintió vivas ansias de encontrarse
con el Siervo de Dios y para ello se dirigió a la
Duquesa de Sora, de la familia Borghese, que
moraba en la Villa Ludovisi, adonde don Bosco
había ido a celebrar la santa misa y pronunciar
una breve plática.
Por aquellos días el señor Pedro Angelini
enviaba al caballero Oreglia, su amigo, otras
interesantes noticias:
Roma,
1. ° de febrero de 1867
Mi querido amigo y señor mío:
Ciertamente que la vida del pobre don Bosco por
aquí no es más tranquila que en Turín, entre sus
muchachos y las ocupaciones que le proporciona su
celo en el ejercicio de su ministerio. De la
mañana a la noche se ve asediado por una inmensa
cantidad de personas de todo grado, sexo y
condición, que desean verle y hablarle y que no le
dejan hora fija ((**It8.634**)) para
comer, dormir y descansar. Su salud empieza a
resentirse por lo que, si no se consigue que
regrese pronto, como se había establecido, creo
que deberá adoptar algunas medidas para no caer
enfermo.
Por lo que a mí toca, después de haberle visto
varias veces rápidamente, el domingo pasado tuve
la fortuna de que comiera en mi casa, rodeado de
toda mi familia, que siempre recordará con sumo
placer y verdadero reconocimiento el haber gozado
durante varias horas de su presencia y su
codiciada compañía. Espero que, mientras ha podido
hacer felices en Roma a muchos escuchándoles,
bendiciéndoles,
(**Es8.538**))
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