((**Es8.537**)
P.S.-Don Bosco aprueba que Bisio pase al taller
de los encuadernadores y recomienda que se provea
de asistente a los carpinteros. Está ocupadísimo
de la mañana a la noche, y no puede escribir como
desearía. Don Bosco ha obtenido del Papa muchos
otros favores, que a su tiempo se sabrán. Ahora a
callar. No se habla de la vuelta: todos quieren
tener por más tiempo a don Bosco. Hasta los del
alto clero piden su bendición y le veneran como a
un santo. En Roma se conoce quién es don Bosco
mientras que en Turín, no todos. Lo antes posible
mandaré las pruebas de imprenta de San José; me
temo que acabaré de corregirlas yo.
De salud estamos bien. Honores por doquier.
Hasta el Rey de Nápoles quiere ver a don Bosco y
darle una limosna.
La admiración, la viva curiosidad, el ejemplo
de otros miembros de la familia real movían a
Francisco II.
((**It8.632**)) Roma
hospedaba a los príncipes de Italia destronados,
los cuales no habían dejado de acercarse a don
Bosco para conocer al hombre de quien todos
hablaban. El gran Duque de Toscana, Leopoldo II,
había entrado en tan íntima relación con él, que
lo quiso junto a su lecho en las últimas horas de
su vida. Francisco V, Duque de Módena, fue varias
veces a verle y quedó tan admirado de su bondad
que empezó a socorrer sus obras y siguió
haciéndolo generosamente, mientras vivió.
Los dos príncipes estaban cristianamente
resignados a su suerte; no así los nobles
napolitanos, quienes, después de la caída de
Gaeta, habían seguido al Rey de Nápoles a Roma.
Don Bosco, apenas llegado, había sido objeto de
sus atenciones. Fueron éstos a visitarle en varias
ocasiones, y también él habló con ellos en alguno
de los palacios que frecuentaban; le preguntaban
sobre el porvenir de su destino, manifestando
siempre una firme convicción de la próxima
restauración del reino de las dos Sicilias.
Don Bosco les había respondido:
-Señores, íqué bien harían no alimentando vanas
esperanzas de este modo! Está muy bien que sean
caritativos con los príncipes desterrados,
siguiéndoles y animándoles, pero no esperen que
vuelvan a Nápoles como soberanos.
->>Es posible...?
-Escuchen. De acuerdo con las reglas ordinarias
del caso parece que su Majestad podría volver al
trono de una de estas maneras: mediante un arreglo
pacífico de los asuntos de Italia, lo cual me
parece una utopía y casi un absurdo; o mediante la
intervención extranjera armada, lo que no me
parece previsible de ningún modo.
-Entonces...
-íVuelvan a Nápoles! Aquí no pueden hacer nada
por la causa
(**Es8.537**))
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