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después de los hechos. Es imposible que vuelva
pronto, después de tantos compromisos como ha
adquirido. El conde Vimercati da las gracias a
todos los muchachos y llora pensando en ellos.
íQué fiesta se haría si pudiese curar e ir con
nosotros una vez a Turín! íY lo merecería!
Los boletos para la tómbola desaparecen, todos
quieren más, todos piden; conviene que el
Caballero envíe un buen paquete.
Y ya que me viene este buen nombre a los puntos
de la pluma, haz el favor de decirle que don Bosco
me encarga que comunique al señor marqués Fassati,
al caballero Javier Colegno, al caballero Clemente
Villanova, que él habló por lo largo de ellos, con
el Santo Padre y que les obtuvo algo que les
agradará y satisfará mucho. Don Bosco me dice que
notifiques al padre Gallina que no puede predicar
el mes de San José. Por su salud, delicada
todavía, no está seguro de encontrarse en Turín
para entonces. Que acepte la buena voluntad y le
perdone; en otra ocasión tendrá la satisfacción de
poder complacerle.
Son las doce de la noche y hago punto final.
30 de enero.
Don Bosco está en la cama, pero, si no se cuida
de veras, esta mañana no podrá decir misa a las
ocho y ni siquiera a las diez. Hace ya varias
semanas que una buena marquesa se presenta aquí a
las siete para confesarse con don Bosco y no lo
consigue. No obstante continúa viniendo hasta que
satisfaga su deseo. En estos momentos están
llegando carruajes ((**It8.631**)) cuando
no son más que las siete de la mañana, y toda esta
gente viene para confesarse. >>Podrá hacerlo don
Bosco? Lo dudo.
Si aún no os lo he dicho, sabed que el Santo
Padre se ha dignado entregar una buena cantidad
para los Oratorios. Cuando don Bosco fue a
saludarle, el Papa quiso con toda su caridad darle
algo: abrió su cajón y lo encontró vacío. Sonrió
y, levantando los ojos al cielo, dijo:
-íOh! íQue no sepa el mundo que el Pontífice no
tiene un céntimo para sí! Heme reducido a la
condición económica de san Pedro.
Después, volviéndose a don Bosco, añadió:
-Carísimo, ya veis qué poca diferencia hay
entre mí y vuestros huérfanos; vos vivís de la
Providencia y yo de la caridad. íMis hijos
proveerán!
Me vienen ganas de llorar al escribir estas
palabras, pero el Santo Padre estaba
religiosamente alegre y confiado en Dios. Al día
siguiente entregaba a monseñor Ricci, su camarero
secreto, noventa escudos romanos, que valen más de
cuatrocientas liras, diciendo:
-Un padre pobre a sus hijos pobres.
La Providencia había intervenido benignamente.
Anotaré, todavía, una graciosa anécdota que yo
mismo presencié. Esperaba don Bosco en la
antecámara de Pío IX para ser recibido en
audiencia. En aquel momento salió monseñor Ricci y
exclamó al verle:
-Don Bosco, hace cuatro horas que el Santo
Padre os espera y pregunta por vos: pasad, pasad,
porque ahora, como dice Su Santidad, el Santo
Padre de Roma sois vos.
Cuídate; saluda en nombre de don Bosco y mío a
nuestros queridísimos muchachos y el Señor nos
bendiga a ti, a mí y a todos.
Siempre tuyo en el Señor
J. B. FRANCESIA, Pbro.
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