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((**Es8.536**) después de los hechos. Es imposible que vuelva pronto, después de tantos compromisos como ha adquirido. El conde Vimercati da las gracias a todos los muchachos y llora pensando en ellos. íQué fiesta se haría si pudiese curar e ir con nosotros una vez a Turín! íY lo merecería! Los boletos para la tómbola desaparecen, todos quieren más, todos piden; conviene que el Caballero envíe un buen paquete. Y ya que me viene este buen nombre a los puntos de la pluma, haz el favor de decirle que don Bosco me encarga que comunique al señor marqués Fassati, al caballero Javier Colegno, al caballero Clemente Villanova, que él habló por lo largo de ellos, con el Santo Padre y que les obtuvo algo que les agradará y satisfará mucho. Don Bosco me dice que notifiques al padre Gallina que no puede predicar el mes de San José. Por su salud, delicada todavía, no está seguro de encontrarse en Turín para entonces. Que acepte la buena voluntad y le perdone; en otra ocasión tendrá la satisfacción de poder complacerle. Son las doce de la noche y hago punto final. 30 de enero. Don Bosco está en la cama, pero, si no se cuida de veras, esta mañana no podrá decir misa a las ocho y ni siquiera a las diez. Hace ya varias semanas que una buena marquesa se presenta aquí a las siete para confesarse con don Bosco y no lo consigue. No obstante continúa viniendo hasta que satisfaga su deseo. En estos momentos están llegando carruajes ((**It8.631**)) cuando no son más que las siete de la mañana, y toda esta gente viene para confesarse. >>Podrá hacerlo don Bosco? Lo dudo. Si aún no os lo he dicho, sabed que el Santo Padre se ha dignado entregar una buena cantidad para los Oratorios. Cuando don Bosco fue a saludarle, el Papa quiso con toda su caridad darle algo: abrió su cajón y lo encontró vacío. Sonrió y, levantando los ojos al cielo, dijo: -íOh! íQue no sepa el mundo que el Pontífice no tiene un céntimo para sí! Heme reducido a la condición económica de san Pedro. Después, volviéndose a don Bosco, añadió: -Carísimo, ya veis qué poca diferencia hay entre mí y vuestros huérfanos; vos vivís de la Providencia y yo de la caridad. íMis hijos proveerán! Me vienen ganas de llorar al escribir estas palabras, pero el Santo Padre estaba religiosamente alegre y confiado en Dios. Al día siguiente entregaba a monseñor Ricci, su camarero secreto, noventa escudos romanos, que valen más de cuatrocientas liras, diciendo: -Un padre pobre a sus hijos pobres. La Providencia había intervenido benignamente. Anotaré, todavía, una graciosa anécdota que yo mismo presencié. Esperaba don Bosco en la antecámara de Pío IX para ser recibido en audiencia. En aquel momento salió monseñor Ricci y exclamó al verle: -Don Bosco, hace cuatro horas que el Santo Padre os espera y pregunta por vos: pasad, pasad, porque ahora, como dice Su Santidad, el Santo Padre de Roma sois vos. Cuídate; saluda en nombre de don Bosco y mío a nuestros queridísimos muchachos y el Señor nos bendiga a ti, a mí y a todos. Siempre tuyo en el Señor J. B. FRANCESIA, Pbro. (**Es8.536**))
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