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ella se revistió con los ornamentos sagrados,
salió a celebrar la santa misa, repartió muchas
comuniones y después habló. Empezó diciendo:
<<íFe! íFe es lo que nos hace falta, queridos
míos, para trabajar!>> y lo decía con tanto
entusiasmo que daba la impresión de que una
corriente eléctrica invadía y sacudía a su
auditorio. Parecía inspirado. Reprendió, pero fue
escuchado con reverencia. Recomendó, y será
obedecido. Cuando bajó del palco, que servía de
púlpito, nadie quería salir de la iglesia. Todos
se apretaban en su derredor, todos querían
hablarle y, sólo ante la promesa de que volvería
después de tomar una tacita de café, le dejaron
pasar.
Había gente esperándole en el altar, en los
corredores, en la sacristía. Parecía como cuando
nuestros muchachos, después de las oraciones de la
noche, se amontonan para ((**It8.625**)) besarle
la mano. Todos tenían algo que manifestarle,
enfermos para bendecir. Como Dios quiso, se le
sacó de allí, casi de milagro, y se le llevó sano
y salvo al Colegio Romano. Y, a decir verdad, la
mayor parte de aquellas señoras había ido a la
iglesia a las siete.
A las doce todavía había muchísimas esperando a
don Bosco en la iglesia con el vivo deseo de
saludarle.
Se dio un espectáculo conmovedor en mitad de la
calle. Apenas fue visto, salieron de todas partes
madres con sus niños en brazos; acudieron señoras,
señores, sacerdotes, jesuitas y más y más gente,
para recibir su bendición. Yo no supe hacer más
que cubrir mi rostro con el sombrero y llorar,
rezando por aquellas almas piadosas tan llenas de
fe. Vi a muchos con lágrimas en los ojos, entre
ellos un guardia noble palatino, el marqués
Nannerini, que esperaba a don Bosco para llevarlo
a casa, también para bendecir a su pobre esposa
enferma.
A duras penas pudo subir al coche. Toda la
calle estaba abarrotada de personas y flanqueada,
de una y otra parte, por dos larguísimas hileras
de carrozas de la nobleza. Y he aquí que,
arrodillándose, todos gritaban:
-íDon Bosco, bendíganos!
Los cocheros se quitaron el sombrero y don
Bosco tuvo que bendecir al pueblo en la Roma de
los Papas.
Crescit (Crece) verdaderamente eundo
(marchando) el entusiasmo por el queridísimo don
Bosco y en donde lo pueden retener por un momento,
según dicen, luego no le dejan salir sino después
de horas y horas. Pero él no tiene nunca prisa.
Los hay que le esperan y diría que están al acecho
durante medio día, para poderle hablar y cuando
logran encontrarse con don Bosco diez minutos,
están contentísimos.
Seguramente que don Bosco, ocupadísimo como
está, no podrá, según deseaba, responder y
agradecer personalmente las hermosas cartas de
todos los que le escribieron. Me dio a mí algunas
a leer. íQué bien redactadas estaban! Para
entretener un rato a las personas que esperaban
audiencia, y para demostrarles el buen corazón y
la cultura de nuestros muchachos, di algunas a
leer a diversas personas y todos tuvieron que
alabar la virtud que resaltaba en aquellas
sencillas palabras. Las gracias para todos, y si
don Bosco no pudiera darles gusto individualmente,
dirigirá a todos a la vez una gran carta que se
pueda asemejar al fajo de las muchas que le
enviaron.
Y para terminar, siento que debo cumplir con
todos los alumnos de la casa que buscaron durante
el tiempo de ausencia de don Bosco la manera de
portarse tan bien que él no tuviera que
lamentarse. Pero el domingo y el lunes fue a
verles, y no quedó muy satisfecho. Vio muchas
cosas que él se reserva para escribir en el primer
momento libre que tenga. No sé como lo habrá
hecho, porque ((**It8.626**)) no hubo
día en el que estuviera más ocupado que en éstos.
Los misterios de Dios y de sus fieles
(**Es8.531**))
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