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allí presente, al contemplar el aprecio universal
de las virtudes de don Bosco, se encontró menos
triste por tener lejos a sus hijos y dio gracias a
la Providencia que los había colocado bajo la
custodia de tan santa persona. No cuento ni una
milésima parte de aquella demostración. Fue
semejante a las que el pueblo romano acostumbra a
hacer el Santo Padre...
Se esperaba a don Bosco en casa de los
Torlonia, como se espera a un ángel. Esta casa,
que tal vez no se hubiera movido ni ante la
llegada de un rey, bajó toda ella, bien
comprendido que solamente los sanos porque algunos
están enfermos, a esperar a don Bosco a la puerta.
Extrañábanse los criados y más aún los señores que
les rodeaban. Pero don Bosco es una excepción en
todo y siempre. Como de costumbre se hizo esperar.
Llegó finalmente y fue recibido con gran
cordialidad. Bendijo a los enfermos, habló a todos
los miembros de la nobilísima familia, y estuvo
como una hora en aquella casa, donde el oro abunda
en las arcas y pende a manos llenas de las
paredes. El Príncipe no quería ni sabía separarse
de don Bosco y se empeñaba en enseñarle todo con
la más tierna y cariñosa sencillez. Don Bosco, al
contemplar tantos y tan espaciosos salones,
suspiraba, diciendo:
-íAh! Señor Príncipe, si yo tuviese estos
locales, cuántas camas pondría en ellos para mis
pobres muchachos.
Al fin le invitó el Príncipe ((**It8.624**)) a que
volviera para celebrar una misa, y le prometió que
también él tomaría parte en sus obras de
beneficencia. Le acompañó hasta el coche, cerró la
portezuela y agradeció varias veces que se hubiera
dignado visitarle.
>>Le contaré ahora la visita a un pobre
enfermo, ciego desde hace más de seis meses? Da la
impresión de que todos creen que don Bosco cura
los males solamente tocando a los enfermos con sus
manos. Este pobrecito besaba la medallita que se
le había entregado y decía llorando:
-íAh! Toque mis ojos con sus manos; íque yo
vea, Señor!
íCuánta fe!
Le cuesta a don Bosco tranquilizar a tanta
gente, que espera, más aún, está segura de
alcanzar la gracia. De todas formas, está
comprobado por todos que sus visitas siempre son
provechosas para el alma o para el cuerpo. Una
enferma, amenazada de muerte por la abundancia de
vómitos de sangre, fue bendecida por don Bosco y
prodigiosamente mejoró, más aún, afirma estar
curada. De acuerdo con sus posibles, envió una
pequeña, pero cordial ofrenda.
El lunes (28) fue al Caravita, donde otrora se
reunía la flor y nata de las Damas Romanas en
piadosa Congregación. Si antaño florecía, hoy se
deshacía lamentablemente.
Durante los días de conferencia apenas si
cuatro, seis u ocho señoras al máximo, acudían a
las reuniones. Los Jesuitas, que son omnipotentes
en Roma, estaban desolados y no lograban reavivar
aquella Sociedad. Por eso invitaron a don Bosco
para que fuera allí a celebrar la misa y predicar.
Don Bosco aceptó. Se esparció la noticia y el
lunes estaba la iglesia abarrotada de gente mucho
antes de la hora. A las ocho, hora señalada, era
tal la muchedumbre que no se podía ni entrar. Don
Bosco, como de costumbre, tardó un poco. Dieron
las nueve, las nueve y media y no apareció. La
gente no daba señales de impaciencia, iban
llegando nuevos coches y estaban atestadas las
puertas y la calle. La única preocupación que
tenían los reunidos era el miedo a que don Bosco
no llegase.
Pero finalmente estaba allí. Casi eran las
diez. Imposible entrar en la iglesia a causa de la
gente; se requirió bastante tiempo para llegar a
la sacristía. Una vez en
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