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Deseaba ésta, antes de morir, ver a don Bosco,
ya que habitaba en la misma casa donde él se
alojaba. Mandaba indagar cada día, pero don Bosco
no estaba nunca libre. Finalmente una mañana cerró
el portero la puerta y le dijo:
-No saldrá fuera, si antes no ve a la enferma.
Sonrió don Bosco y fue. La monja estuvo
contentísima al ver colmados sus anhelos y don
Bosco le dijo:
-Póngase en camino, que yo vengo a darle el
pasaporte.
Aquella noche murió.
Otra carta, llena de importantes noticias y de
filial entusiasmo, le llegaba al caballero
Oreglia:
Mi querido señor Caballero:
...Parece que a don Bosco, a pesar de sus
intentos de no realizar cosas llamativas, salvo
las que hace con sus palabras, sin embargo, se le
escapan algunas contra sus deseos. Vea ésta que ya
empieza a dar mucho que hablar en Roma y que, tal
vez, será impresa con los debidos documentos. De
momento le ruego y suplico que no lo haga
publicar.
La otra semana fue invitado don Bosco por un
buen muchacho del Colegio Romano a visitar a un
hermano o hermana suya (no recuerdo bien) que,
desde hace casi un año, padecía terribles dolores
en un brazo, y que los médicos aconsejaban
amputar, para salvar el resto. Piense en el dolor
de su pobre padre ante aquella sentencia. Sentía
don Bosco, invitado con presurosa ternura por el
hermano, no poder acudir, debido a las muchísimas
cosas que debía hacer. Pero le entregó una
medallita, que ahora podemos llamar con toda
verdad ((**It8.623**))
milagrosa, recomendándole a él y a toda la familia
que rezaran a María Auxiliadora y aplicasen la
medallita a su brazo enfermo. Por la noche la
familia realizó todo, con mucha fe. A la mañana
siguiente el enfermo, que dejaba de serlo, gritó a
todo pulmón que estaba curado y que la Virgen le
había concedido la gracia. Y, así diciendo,
levantaba libremente el brazo. Nadie quería creer
lo que veía, pero no había ningún lugar a dudas.
Quisieron entonces buscar la medalla, cuyo éxito
reconocían, para besarla y dar gracias a María;
pero no pudieron dar con ella. >>Adónde había ido
a parar? No se sabe. Todavía lo sienten, porque la
habrían conservado como preciosa reliquia. En el
brazo del chiquito no quedó más que una postilla o
mancha, recuerdo del mal pasado y que confirma el
hecho.
El domingo (27) tuvimos una gran fiesta aquí al
lado y el P. Franco habló sobre el dinero de San
Pedro. íCuánta gente y qué hermosa música! Pero
después de la fiesta en la iglesia se estuvo a
punto de tener otra fuera. Mientras salía la gente
y se esparcía por la gran explanada de delante de
la iglesia y de la casa del señor Conde, llegaba
don Bosco de vuelta de unas visitas por la ciudad.
La gente empezó a pararse y a repetir su nombre,
después echó a correr y se abalanzó sobre don
Bosco. El, tranquilo, estaba en medio del conde De
Maistre, la marquesa Villarios, la princesa Orsini
y algunos más. No se esperaba aquel encuentro.
Todos querían verle y besar su mano; su nombre era
repetido por más de mil bocas a la par, que se
contaban unos a otros sus virtudes y obras
milagrosas. Resultó difícil sacarlo de allí.
Muchos lloraban ante aquella piadosa demostración.
La madre de los dos Spazzacampagna,
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