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los innumerables contemporáneos, quienes, a fuerza
de ser espectadores de ello, habían perdido, como
sucede con la aurora, su fascinación>>.
El 21 de enero don Bosco estuvo con los
Canónigos Regulares de Letrán, vulgarmente
llamados Rocchettini (1). Estos religiosos
oficiaban en la iglesia de San Pedro ad Vincula,
junto a la cual estaba la casa del conde
Vimercati. A veces, iba también allí don Bosco a
celebrar y había intimado con el joven religioso
Edgardo Mortara, cuyo bautismo había desconcertado
a la sinagoga de los judíos, a las sectas enemigas
de la Iglesia y a la diplomacia de algún Estado.
El Papa no cedió, el animoso joven perseveró y se
preparaba para el sacerdocio. Ahora bien, el padre
Pío Mortara, nos enviaba el 1898, desde Marsella,
la siguiente relación:
<((**It8.613**)) >>Desde
1867, siendo todavía joven profeso y estudiante en
San Pedro ad Víncula en Roma, con los Canónigos
Regulares de Letrán, oí hablar de don Bosco y tuve
el honor y la alegría de verle y ayudarle a misa,
de la que quedé muy edificado por su profunda
piedad y devoción, que, sin embargo, no tenía nada
de afectado, ni de extraordinario.
>>Al volver a la sacristía, y mientras personas
piadosas le pedían su bendición, yo no me cansaba
de admirar su modestia y humildad, fácil,
desenvuelta y sin violencia, reflejo genuino de
una virtud profundamente impresa en su alma.
>>Mientras tomaba un frugal refrigerio, atendía
amable y jovialmente a todos, hablaba de cosas
edificantes e instructivas, hasta de filología y
de griego moderno, que parecía conocer muy bien.
Mirándole superficialmente no se descubría en él
nada excepcional, si no era una modestia y una
compostura exterior que encantaba y perfumaba el
ambiente; pero, si se le observaba atentamente, se
adivinaba el hombre de Dios.
>>Recuerdo que, habiéndole invitado a nuestra
frugal mesa en Santa Inés extramuros, el día de la
fiesta de la gloriosa Virgen y Mártir, nos
decíamos uno a otro:
>>->>Habéis visto? íHa comido como los demás!
(1)-Rocchetto.-Es la sobrepelliz o roquete de
los eclesiásticos. Y de ahí les vendría el apodo,
en diminutivo de roquete, a esos canónigos... (N.
del T.)
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