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((**Es8.513**) los dones que en su bondad se ha dignado concedernos el Santo Padre, y no permitamos que resulten infructuosos. Preguntó, además, otras cosas que don Bosco se reserva para contaros él mismo. >>Y vosotros, mis queridos amigos, rezáis por él? íCon qué satisfacción lee las cartitas que le enviáis! No creáis que él las dé al olvido o las haga leer a su secretario. De ningún modo; más aún, prepara una respuesta para cada uno, como recuerdo de su venida a Roma. Pero os conozco demasiado y sé lo que deseáis. Algunos que me escribieron, un tanto exigentemente amables, quieren que os mande noticias de cosas extraordinarias de don Bosco. Amigos, con mucho gusto satisfaría vuestro justo deseo; pero, si don Bosco me lo impide, >>qué puedo hacer yo? Porque habéis de saber que don Bosco ruega, y ha rogado, para que en Roma no le sucediera nada grande, que atrajese notablemente los ojos del público devoto. Claro que de todas maneras el Señor no quiere oírle del todo, y, a su pesar, algo le sucede por aquí y por allá. Un Príncipe napolitano, que sufría vértigos a diario, recibió una bendición de don Bosco e inmediatamente quedó libre de ellos. El sábado pasado fue a darle gracias, y yo le vi que llevaba un obsequio para la iglesia. Un niño, gravemente enfermo, recibió su bendición y ya ha venido a agradecérselo con su padre, porque está totalmente curado. Da la impresión de que la enfermedad tenga miedo de su mano y que huya ante él. Esta es la íntima persuasión en Roma, por lo que acuden aquí numerosísimos pobres pacientes, diría yo, seguros de sanar. ((**It8.603**)) También el sábado fui espectador y testigo de un ternísimo espectáculo. Estaba don Bosco con prisas para partir hacia el Vaticano, como de costumbre, con retraso. Pero la portería de la casa se hallaba atestada de gente que quería verle, hablarle, recibir la bendición y confesarse. Una aldeana, con lágrimas en los ojos, al ver que don Bosco quería partir, echóse por tierra ante él, y levantando en alto una niña con las señales de la muerte en la cara, gritó: -Se me muere, Señor, se me muere. íPor favor, bendígala que se me muere! íMírela, se me muere! Y no podía decir más porque la angustia se lo impedía. Lloraban todos en derredor y unos soldados presentes, poco acostumbrados quizá a la ternura, se enjugaron también las lágrimas compadecidos de aquella infeliz. Era un cuadro conmovedor. Don Bosco la bendijo y la despidió. íOh, que el Señor le conceda, en premio a su fe, la curación de aquella criaturita, que es toda su satisfacción! También yo os la recomiendo a vosotros. No sé si os acordaréis de haber visto alguna vez un cuadro representando la bendición del Salvador a los niños. Pues bien, eso es lo que me toca contemplar a mí muchas veces por la ciudad de Roma, acompañando a don Bosco. No solamente la gente sencilla quiere ser bendecida por él, sino también Monseñores, Obispos y Arzobispos. Adonde quiera que va, deja tan vivo deseo de sí, que me es imposible manifestároslo. Qué fortuna, me repiten muchas veces, tienen los muchachos de Turín que pueden disfrutar de este santo sacerdote. Y entonces pienso con pena en los que no quieren aprovecharse de esta bendición: son pocos, pero los hay. Don Bosco os agradece cuanto hacéis y especialmente las comuniones, para que todo salga bien. Sé que desearíais tener una carta suya, mas, por ahora, le es totalmente imposible y me encarga a mí que os salude con todo su corazón. El conde Vimercati, gracias a vuestras oraciones, mejora bastante y pronto le veremos pasear. Tengo un saco lleno de muchas otras cosas que os gustarían y lo (**Es8.513**))
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