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Providencia le prepara un precioso ramillete de
rosas escogidas, mas para tomarlas es necesario
que apriete las muchas espinas que esconden.
Pronto sabrá todo; no puedo escribir más>>.
En este momento tenía el Marqués que apretar
las espinas entre sus manos. No quería dimitir de
su cargo, pues sabía que sería puesto
inmediatamente en su lugar, por intrigas
apasionadas, un hipócrita malvado, enemigo del
Papado. El estaba resuelto a sufrir cualquier daño
y ofensa ((**It8.599**)) por el
Pontífice; pero no quería permanecer en su puesto
teniendo en contra al Papa. Don Bosco lo
tranquilizó diciéndole que él mismo iría a hablar
de ello con Pío IX. Efectivamente, al atardecer
fue al Vaticano, prometiendo que volvería para
cenar con el Marqués y trayéndole una respuesta.
La hora de la cena era a las siete. Don Bosco fue
a la audiencia hacia las cinco, y a las siete aún
no había vuelto. A las siete y media estaba el
Marqués para sentarse a la mesa, cuando apareció
don Bosco con cara sonriente. Ordenó el Marqués a
los criados que se retiraran y, sólo con la
familia, preguntó enseguida:
-Y bien, >>qué ha dicho el Papa?
-El Papa, respondió don Bosco, demostró un gran
afecto para usted y me dijo: <> ->>Dijo querido? >>Dijo
querido?, preguntó ansioso.
-Por dos veces ha repetido esta frase.
-íBasta, basta! No quiero oír nada más. íHa
dicho mi querido Marqués! íNo necesito más! íQue
me apuñalen los francmasones, nada me importa,
ahora que el Papa me ha llamado querido!
Don Juan Bautista Francesia estaba presente a
este diálogo. El Senador demostró su gran amor por
el Sumo Pontífice gobernando Roma hasta 1870,
especialmente durante las revueltas de otoño de
este mismo año 1867.
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