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o tres días, hete aquí que se calmaron los dolores
y sin esfuerzo pudo levantarse y sentarse a la
mesa con la familia. Cuando don Bosco le vio
entrar en la sala, díjole:
->>Entonces, señor Conde, quiere que me vaya a
Turín?
Recordó el Conde sus palabras y protestó que
estaba arrepentido de haberlas pronunciado. El
buen Padre tomó la cosa a broma; en efecto,
aquella mejoría no era tal como para poder afirmar
que el Conde estuviera totalmente restablecido.
Parecía que el Señor no quisiera quitarle la cruz
que le había dado para su bien, sino solamente
hacerla menos pesada. Queda, sin embargo, la
realidad de que había ganado mucho en fuerzas y no
podía dudarse de la gracia concedida por la
Virgen.
Fiel a su costumbre de confesarse semanalmente,
don Bosco había elegido para confesor al padre
Vasco, jesuita, director espiritual del conde
Vimercati, a quien iba a visitar cada ocho días.
Pero lo que hay que hacer notar es que él,
desde el primer día que se encontró en Roma, había
comenzado y continuó durante todo el tiempo que
allí permaneció, un verdadero apostolado,
predicando cada día, confesando a menudo,
visitando enfermos, institutos, colegios,
monasterios y conventos, concediendo audiencias
hasta altas horas de la noche: aconsejando a toda
suerte de personas; dejando, con las medallas de
María Auxiliadora y con la bendición en su nombre,
la esperanza de la salud a muchos enfermos.
Muchísimos se encomendaban a él como a un santo,
con gran satisfacción del Sumo Pontífice, por el
gran bien que se iba realizando.
((**It8.586**)) Un
sacerdote joven, el abate Macchi, relacionado con
la familia del conde Callori cuando iba a Roma,
había tomado gran simpatía por don Bosco desde que
le vio por vez primera. En consecuencia comenzó a
acompañarle por todas partes y a hacerle de guía,
siempre dispuesto a ejecutar cualquier recado
suyo, y se ofreció totalmente al servicio de don
Bosco durante el tiempo que permaneciera en Roma.
Este sacerdote deseaba seguir la carrera
diplomática y quizá no lo hubiera conseguido,
porque el Pontífice no tenía de él una opinión muy
favorable. Pero don Bosco supo disipar tan bien
toda prevención del corazón del Papa Pío IX, que
éste lo admitió en el Vaticano, concedióle el
título de Monseñor y el cargo de Maestro de Cámara
al servicio de la persona del Papa. Pero, más
tarde la amistad de Macchi con don Bosco se
enfrió, como veremos a lo largo de estas Memorias.
El 15 de enero escribía don Juan Bautista
Francesia al caballero Oreglia.
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