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((**Es8.499**) o tres días, hete aquí que se calmaron los dolores y sin esfuerzo pudo levantarse y sentarse a la mesa con la familia. Cuando don Bosco le vio entrar en la sala, díjole: ->>Entonces, señor Conde, quiere que me vaya a Turín? Recordó el Conde sus palabras y protestó que estaba arrepentido de haberlas pronunciado. El buen Padre tomó la cosa a broma; en efecto, aquella mejoría no era tal como para poder afirmar que el Conde estuviera totalmente restablecido. Parecía que el Señor no quisiera quitarle la cruz que le había dado para su bien, sino solamente hacerla menos pesada. Queda, sin embargo, la realidad de que había ganado mucho en fuerzas y no podía dudarse de la gracia concedida por la Virgen. Fiel a su costumbre de confesarse semanalmente, don Bosco había elegido para confesor al padre Vasco, jesuita, director espiritual del conde Vimercati, a quien iba a visitar cada ocho días. Pero lo que hay que hacer notar es que él, desde el primer día que se encontró en Roma, había comenzado y continuó durante todo el tiempo que allí permaneció, un verdadero apostolado, predicando cada día, confesando a menudo, visitando enfermos, institutos, colegios, monasterios y conventos, concediendo audiencias hasta altas horas de la noche: aconsejando a toda suerte de personas; dejando, con las medallas de María Auxiliadora y con la bendición en su nombre, la esperanza de la salud a muchos enfermos. Muchísimos se encomendaban a él como a un santo, con gran satisfacción del Sumo Pontífice, por el gran bien que se iba realizando. ((**It8.586**)) Un sacerdote joven, el abate Macchi, relacionado con la familia del conde Callori cuando iba a Roma, había tomado gran simpatía por don Bosco desde que le vio por vez primera. En consecuencia comenzó a acompañarle por todas partes y a hacerle de guía, siempre dispuesto a ejecutar cualquier recado suyo, y se ofreció totalmente al servicio de don Bosco durante el tiempo que permaneciera en Roma. Este sacerdote deseaba seguir la carrera diplomática y quizá no lo hubiera conseguido, porque el Pontífice no tenía de él una opinión muy favorable. Pero don Bosco supo disipar tan bien toda prevención del corazón del Papa Pío IX, que éste lo admitió en el Vaticano, concedióle el título de Monseñor y el cargo de Maestro de Cámara al servicio de la persona del Papa. Pero, más tarde la amistad de Macchi con don Bosco se enfrió, como veremos a lo largo de estas Memorias. El 15 de enero escribía don Juan Bautista Francesia al caballero Oreglia. (**Es8.499**))
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