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Vimercati, tendrá siempre el Santísimo Sacramento
al lado, y que desde su habitación podrá ir a la
capilla cuando lo desee, sin estorbar en lo más
mínimo al Conde. Esperamos el telegrama diciendo
que acepta>>.
A fines del mes de diciembre llególe al conde
Vimercati la noticia de que don Bosco aceptaba,
con reconocimiento, la hospitalidad ofrecida con
tanto afecto.
Mientras el Siervo de Dios se preparaba para ir
a Roma, cumplíase la tercera de sus dolorosas
predicciones, la del hambre en Italia.
Crecía la miseria en la península y el hambre
hacía espantosos progresos, por causa de los
apuros del erario, la suspensión de los trabajos
públicos por parte del Gobierno y de los
Municipios, las mermadas cosechas, las
devastaciones de la guerra; ciento cincuenta mil
hombres licenciados del ejército, más cuarenta mil
soldados devueltos de Austria, los cuales no
podían encontrar enseguida pan y trabajo; la
destrucción de los conventos, a cuyas puertas
encontraba antes el pobre un plato de sopa.
En Venecia, el 1.° de diciembre, la plebe
hambrienta pedía pan y trabajo e invadió con
alboroto el Palacio Municipal, cuyas verjas hubo
que cerrar para impedir el saqueo, a duras penas.
El 3 de diciembre hubo nuevos tumultos: la
muchedumbre fue dispersada por la ((**It8.564**)) fuerza
armada; y los más revoltosos fueron encarcelados.
Eran los obreros de la Dársena que, ante la subida
del coste de vida, y no pudiendo comprar con la
mísera paga que recibían, pedían se les aumentara.
En varios sitios hubo que recurrir a las tropas
para dominar a la plebe que, amotinada por el
hambre, se rebelaba contra la autoridad civil y
estaba dispuesta al saqueo.
El Municipio de Verona procuraba calmar al
pueblo prometiéndole trabajo y ayuda, mientras
corrían en bandadas las mujeres y los niños a
arrancar los pilotes de los fuertes, abandonados
por los austríacos, para hacer leña para el fuego,
con peligro de que explotasen las minas que aún no
habían sido retiradas; el pillaje infestaba la
ciudad. En Padua respondía el pueblo a las
exhortaciones de la autoridad cantando por las
calles canciones en las que pedían la vuelta de
los germanos.
En Nápoles, la carestía de los víveres se había
doblado en comparación de los años precedentes, y
por toda la región la miseria mataba o hacía
matar.
Tristísimas eran las noticias de las otras
provincias; podía afirmarse (decían los
periódicos) que no se sabía cómo podrían vivir en
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