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Y mientras hablaba le miraba con ojos
escrutadores y un tanto burlescos.
-Pero, >>por qué me hace esta pregunta?
-Por nada, solamente por saber cómo se
encuentra ahora.
-Me parece que bien; mas, verdaderamente, no
acierto a comprender sus dudas.
-Pues, mire; me parecía que su cara no tenía
los colores de siempre... pero, si usted me
asegura que está bien, quiere decir que no será
nada. íBasta! Veremos.
-Entonces >>usted sabe algo?, preguntó el
sacerdote con creciente afán.
->>Qué quiere usted que yo sepa? íSon niñerías!
Ahora que, ya se sabe: la muerte viene cuando
menos se la espera...
-Dígame: íexplíqueme el arcano de sus palabras!
-No hay ningún arcano. íCuidese y que el Señor
le bendiga!
Quería el otro insistir, pero don Bosco le
despidió, asegurándole ((**It8.556**)) que
tenía mucho que hacer. Aquel pobrecito,
desasosegado y no pudiendo sacar nada en limpio
con sus replicadas instancias, salió pálido y tan
aturdido que no daba con la puerta... Quería
hacerse el descreído; y el Siervo de Dios le hizo
tocar con la mano que él era más crédulo que los
demás.
Y nosotros veremos cómo don Bosco, aunque
siempre en forma prudente, siguió dando estos
avisos, a veces de un modo más maravilloso.
Solamente en sus últimos años cesó, poco a poco,
de hacer estas predicciones. No obstante, por
ciertos indicios se puede deducir que él sabía el
tiempo de la muerte de sus muchachos, aun cuando
no lo anunciase, lo que en ocasiones parecía ser
así por el modo como recibía la noticia de su
defunción.
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