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-De los muchachos ninguno.
-No todos sois muchachos, tal vez alguno de los
que no son estudiantes...
-íNo! Lo sabríamos si hubiese muerto alguno.
->>Y fuera?
-Eso sí, ha fallecido un sacerdote, pero ya
hace más de una semana.
->>Y cómo se llamaba?
-Juan Boggero.
El Delegado cambió de fisonomía; sacó su
libretita y confrontó el nombre.
-Y >>ha tenido una larga enfermedad?
-No, señor, murió de repente, de apoplejía.
->>Y dónde ha muerto?
-En su casa, había ido allí y una mañana,
después de misa, entró, se sentó a la mesa para
desayunar y se quedó, como esperando que le
sirvieran.
->>Quizá estaba enfermo?
-Nunca, gozaba de óptima salud y era muy
fuerte.
Quedóse pensativo el Delegado y después
preguntó:
->>Dónde está don Bosco?
-íEn su habitación!
Y, sin más, subió y entró en ella. Vio a don
Bosco y exclamó:
-Señor, diga lo que quiera a sus muchachos;
((**It8.555**)) desde
este momento le doy toda suerte de permisos y ya
sabré, por mi parte, qué responder a quien se
lamente de sus previsiones. Besó su mano
conmovido, y se marchó repitiendo:
-Es algo singular, muy singular.
Después de éste, sucedió otro hecho ridículo.
Fue a visitar a don Bosco un buen sacerdote, para
aconsejarle que no continuase haciendo profecías
de muertes futuras, porque, según él decía, no era
un medio a propósito para hacer el bien:
-Comprendo, añadió, que hay que ser ciegos para
no ver y entender. Suponer que usted tenga
revelaciones, es algo muy gordo. Nosotros
comprendemos su propósito, pero convénzase de que
esto no puede reportar ningún bien.
-Por tanto, usted no cree en mis previsiones.
->>Creer en eso? íNiñerías!
-Bueno, sea así. Y usted >>cómo está?
-Muy bien.
-Pero >>se siente bien de veras?
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