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Esta fue la causa por la que la piadosísima
Marquesa se convirtió en insigne bienhechora de
las obras de don Bosco, hasta ser llamada por los
salesianos la buena mamá de Florencia; y, después,
cuando el Siervo de Dios pasaba por esta ciudad,
quería que se hospedase en su casa y siempre le
tributaba mil pruebas de aprecio y respeto. Por
este hecho ella y el Marqués, su marido, guardaron
hasta la muerte un vivo reconocimiento a don
Bosco, como se ve por los centenares de cartas
escritas por la Marquesa al Venerable.
Don Joaquín Berto, que acompañó en varias
ocasiones a don Bosco a Florencia, nos da el
siguiente testimonio: <>-Estoy convencida de que don Bosco es un
santo>>.
La Marquesa no pudo olvidar nunca el hecho de
que don Bosco había resucitado a su ahijado y lo
repetía con frecuencia, ((**It8.537**))
asegurándolo totalmente después del 1881, también
a don Faustino Confortola, con quien tenía gran
confianza.
El año 1887 fue don Bosco por última vez a
Florencia; durante la comida en casa Uguccioni, la
Marquesa recordó a los comensales con todos sus
detalles el suceso de su ahijado resucitado. Don
Bosco bajó la cabeza y, sonrojado, callaba. Don
Carlos Viglietti, que estaba presente, nos dio la
noticia.
Nosotros mismos, para comprobar este hecho
prodigioso, preguntamos a don Bosco sobre el
mismo, ya en sus últimos años, y obtuvimos plena
confirmación con todos los pormenores descritos;
pero, al concluir su relato, después de una breve
pausa, añadió con una expresión de profunda
humildad: <>. No podríamos
pretender una confirmación más explícita.
Por aquellos días sucedieron otros hechos que
redundaron en loor de María Auxiliadora y de los
que dio testimonio un colaborador del periódico
Vera Buona Novella de Florencia.
<>Pasaba don Bosco por estos lugares: la visitó
y aconsejó que recurriese a María Auxiliadora, con
una novena de oraciones en su honor, y la promesa
de una limosna para las obras de la iglesia, que
se estaba levantando en Turín, con el título de
María Auxiliadora de los Cristianos. La limosna
debía hacerse solamente después de obtener la
gracia.
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