Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es8.456**) al interés espiritual de los pueblos él estaba dispuesto a presentarse al Papa, pero que no honraba al Gobierno que se entrometiera en cuestiones que harían ver a todo el mundo cómo no se tenían en cuenta ni el Estatuto, ni los tratados, ni las leyes, ni la jurisdicción de los Pontífices. Si los Ministros pensaban diversamente, él se veía obligado a no aceptar aquel delicado y honroso encargo; y en vez de ir a Roma se volvería a Turín y se quedaría allí. Rogóle Ricasoli que esperase unos instantes; y volvió al Consejo; y se determinó no pensar por el momento en la abolición de ningún Obispado; sino limitarse a emprender los trámites para las diócesis vacantes. Finalmente el Ministro recomendó a don Bosco que fuese a Roma, se pusiese en relación con Tonello y le apoyase cuanto pudiese. El Venerable, cuando oyó la respuesta, quedó satisfecho y se dispuso a ocuparse de eliminar las dificultades que pudieran surgir. No era fácil el encargo que don Bosco había aceptado, pero pronto se tuvo una prueba de que era Dios quien le confiaba aquella misión o, por lo menos, que era de su agrado. Narró un hecho maravilloso sucedido por aquellos días en Florencia y del cual hay testimonio jurado en el Proceso Ordinario para la causa de Beatificación del Venerable. La marquesa Jerónima Uguccioni Gherardi sentía un entrañable afecto por un ahijado suyo, el cual púsose de repente tan gravemente malo que parecía a punto de morir. Corrieron inmediatamente en busca de don Bosco por la ciudad. El había ido a visitar el colegio de los Somascos y, mientras pasaba de una dependencia a otra acompañado de los Superiores, he aquí que llegó la Marquesa en persona, sencillamente vestida, desgreñada, sin nada a la cabeza, llorando y gritando que su ahijado había muerto ((**It8.536**)) y que fuese corriendo don Bosco a resucitarlo. Aquellos reverendos Padres quedaron sorprendidos al verla en aquel estado y pensaron que se había trastornado; pero la buena señora seguía rogando a don Bosco que fuera con ella. Don Bosco cedió a los ruegos; acudió hasta el lecho y vio que aquel niño, de tierna edad todavía, estaba inmóvil, palidísimo, con los ojos vítreos, el rostro contraído y sin dar señales de vida. En el decir de todos había expirado. Enseguida, invitados a ello por don Bosco, todos los allí presentes elevaron una oración a María Auxiliadora y el Siervo de Dios bendijo aquel cuerpecito. Aún no había terminado la fórmula, cuando el muertecito dio como un bostezo, empezó a respirar, se despertó, recobró el uso de los sentidos y se volvió a su madre sonriendo; al poco se rehizo. (**Es8.456**))
<Anterior: 8. 455><Siguiente: 8. 457>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com