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al interés espiritual de los pueblos él estaba
dispuesto a presentarse al Papa, pero que no
honraba al Gobierno que se entrometiera en
cuestiones que harían ver a todo el mundo cómo no
se tenían en cuenta ni el Estatuto, ni los
tratados, ni las leyes, ni la jurisdicción de los
Pontífices. Si los Ministros pensaban
diversamente, él se veía obligado a no aceptar
aquel delicado y honroso encargo; y en vez de ir a
Roma se volvería a Turín y se quedaría allí.
Rogóle Ricasoli que esperase unos instantes; y
volvió al Consejo;
y se determinó no pensar por el momento en la
abolición de ningún Obispado; sino limitarse a
emprender los trámites para las diócesis vacantes.
Finalmente el Ministro recomendó a don Bosco que
fuese a Roma, se pusiese en relación con Tonello y
le apoyase cuanto pudiese. El Venerable, cuando
oyó la respuesta, quedó satisfecho y se dispuso a
ocuparse de eliminar las dificultades que pudieran
surgir.
No era fácil el encargo que don Bosco había
aceptado, pero pronto se tuvo una prueba de que
era Dios quien le confiaba aquella misión o, por
lo menos, que era de su agrado.
Narró un hecho maravilloso sucedido por
aquellos días en Florencia y del cual hay
testimonio jurado en el Proceso Ordinario para la
causa de Beatificación del Venerable.
La marquesa Jerónima Uguccioni Gherardi sentía
un entrañable afecto por un ahijado suyo, el cual
púsose de repente tan gravemente malo que parecía
a punto de morir. Corrieron inmediatamente en
busca de don Bosco por la ciudad. El había ido a
visitar el colegio de los Somascos y, mientras
pasaba de una dependencia a otra acompañado de los
Superiores, he aquí que llegó la Marquesa en
persona, sencillamente vestida, desgreñada, sin
nada a la cabeza, llorando y gritando que su
ahijado había muerto ((**It8.536**)) y que
fuese corriendo don Bosco a resucitarlo. Aquellos
reverendos Padres quedaron sorprendidos al verla
en aquel estado y pensaron que se había
trastornado; pero la buena señora seguía rogando a
don Bosco que fuera con ella.
Don Bosco cedió a los ruegos; acudió hasta el
lecho y vio que aquel niño, de tierna edad
todavía, estaba inmóvil, palidísimo, con los ojos
vítreos, el rostro contraído y sin dar señales de
vida. En el decir de todos había expirado.
Enseguida, invitados a ello por don Bosco, todos
los allí presentes elevaron una oración a María
Auxiliadora y el Siervo de Dios bendijo aquel
cuerpecito. Aún no había terminado la fórmula,
cuando el muertecito dio como un bostezo, empezó a
respirar, se despertó, recobró el uso de los
sentidos y se volvió a su madre sonriendo; al poco
se rehizo.
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