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El hijo, Juan Bautista Olivero, hizo colocar en
aquella habitación un retrato de don Bosco, a cuyo
pie se lee: <>.
((**It8.517**)) Desde
Murello se dirigió el Siervo de Dios a Lanzo.
Subió al ómnibus de Turín y en él se encontró,
entre otras personas, con un tipo que hablaba mal
de los curas. Corrigióle varias veces don Bosco
con buenas formas, pero todo fue inútil; el
descreído se burlaba de los avisos y razones del
Siervo de Dios.
Al llegar el coche a Lanzo, mientras descendían
los viajeros, hubo alguno que saludó a don Bosco
por su nombre. Aquel individuo, al oír que el
sacerdote con quien había viajado y al que había
tratado tan villanamente era don Bosco, se quedó
de piedra y como fuera de sí por la vergüenza.
Precisamente él había salido de Turín, camino del
colegio de San Felipe, para colocar en él a su
hijo. Pero se armó de valor, acercósele, pidióle
excusas, manifestó estar dispuesto a cualquier
servicio y le invitó a entrar en la cafetería para
tomar un refresco, buscando cómo podía remediar su
anterior conducta. El Venerable, acostumbrado a
semejantes encuentros, no quiso aceptar la
invitación, pero, sonriendo ante la confusión del
pobre hombre, acabó por condescender a su
petición.
Aquella noche apareció en el cielo sereno un
maravilloso espectáculo: una cantidad de estrellas
fugaces o bólidos de diversos colores, que era
imposible contar por su mucha frecuencia,
aparecían, desaparecían, se cruzaban en sus
parábolas. El astrónomo padre Secchi calculó hasta
treinta mil; y el padre Denza contó en Moncalieri
hasta treinta y tres mil, durante seis horas. Se
supone que se trataba de un cometa, cuya cola
cruzó la órbita de la tierra. Los alumnos del
Colegio, al salir de la clase de canto, hacia las
nueve de la noche, estáticos ante tanta hermosura
de luces, estaban con los ojos clavados en los
cielos. Uno, de agudo ingenio, se puso a gritar:
-Son los ángeles que prenden fuego a sus
cohetes para celebrar la llegada de don Bosco.
A aquella voz, todos los compañeros
prorrumpieron repetidamente con el grito de: íViva
don Bosco!
Y ciertamente, la llegada de don ((**It8.518**)) Bosco a
sus colegios proporcionaba una gran fiesta a los
ángeles. Todos los Salesianos y todos los
muchachos querían confesarse con él y él daba
gusto a todos. Eran maravillosos los cambios de
conducta en aquellos días: se renovaban los
prodigios del Oratorio.
Al día siguiente, escribía don Bosco al
Director de Mirabello.
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