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((**Es8.440**) El hijo, Juan Bautista Olivero, hizo colocar en aquella habitación un retrato de don Bosco, a cuyo pie se lee: <>. ((**It8.517**)) Desde Murello se dirigió el Siervo de Dios a Lanzo. Subió al ómnibus de Turín y en él se encontró, entre otras personas, con un tipo que hablaba mal de los curas. Corrigióle varias veces don Bosco con buenas formas, pero todo fue inútil; el descreído se burlaba de los avisos y razones del Siervo de Dios. Al llegar el coche a Lanzo, mientras descendían los viajeros, hubo alguno que saludó a don Bosco por su nombre. Aquel individuo, al oír que el sacerdote con quien había viajado y al que había tratado tan villanamente era don Bosco, se quedó de piedra y como fuera de sí por la vergüenza. Precisamente él había salido de Turín, camino del colegio de San Felipe, para colocar en él a su hijo. Pero se armó de valor, acercósele, pidióle excusas, manifestó estar dispuesto a cualquier servicio y le invitó a entrar en la cafetería para tomar un refresco, buscando cómo podía remediar su anterior conducta. El Venerable, acostumbrado a semejantes encuentros, no quiso aceptar la invitación, pero, sonriendo ante la confusión del pobre hombre, acabó por condescender a su petición. Aquella noche apareció en el cielo sereno un maravilloso espectáculo: una cantidad de estrellas fugaces o bólidos de diversos colores, que era imposible contar por su mucha frecuencia, aparecían, desaparecían, se cruzaban en sus parábolas. El astrónomo padre Secchi calculó hasta treinta mil; y el padre Denza contó en Moncalieri hasta treinta y tres mil, durante seis horas. Se supone que se trataba de un cometa, cuya cola cruzó la órbita de la tierra. Los alumnos del Colegio, al salir de la clase de canto, hacia las nueve de la noche, estáticos ante tanta hermosura de luces, estaban con los ojos clavados en los cielos. Uno, de agudo ingenio, se puso a gritar: -Son los ángeles que prenden fuego a sus cohetes para celebrar la llegada de don Bosco. A aquella voz, todos los compañeros prorrumpieron repetidamente con el grito de: íViva don Bosco! Y ciertamente, la llegada de don ((**It8.518**)) Bosco a sus colegios proporcionaba una gran fiesta a los ángeles. Todos los Salesianos y todos los muchachos querían confesarse con él y él daba gusto a todos. Eran maravillosos los cambios de conducta en aquellos días: se renovaban los prodigios del Oratorio. Al día siguiente, escribía don Bosco al Director de Mirabello. (**Es8.440**))
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