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((**Es8.43**) ((**It8.35**)) 7 de febrero Ayer os conté un sueño y hoy quiero narraros un hecho. Un señor rico se encontraba enfermo hacía dos meses, y la enfermedad se iba agravando cada vez más. Un amigo suyo, buen cristiano, le aconsejó que arreglase sus negocios e hiciera testamento. Al mismo tiempo, se animó a sugerirle que sería prudente y conveniente llamara al sacerdote. -No, respondió el enfermo, confesarme no. No quiero que venga ningún sacerdote. No quiero curas en mi casa. -Sin embargo, sería mejor para usted. -Mientras estuve sano, no quise saber nada de confesión; mucho menos ahora que estoy enfermo. ->>Y si viniese don Bosco? -Le veré con mucho gusto. Que venga; pero, a condición de que no me hable de confesión. Vinieron a invitarme al Oratorio y el sábado pasado fui a visitar a este enfermo. Los de casa, sabedores del objeto de mi visita, me recibieron cortésmente y me acompañaron a la cabecera del enfermo. Este demostró estar muy contento con mi visita y, yo comencé, como suelo hacer con gente de esta clase con saludable efecto, por contarle historietas alegres, chascarrillos y chistes tan graciosos que reíamos los dos a más no poder, de modo que el enfermo me pidió que cesase porque la risa le hacía sufrir. -Bien, le dije; entonces hablemos de algo más serio. -Don Bosco, recuerde que no quiero confesarme: es el pacto que hice con los mios. -Pero, señor mío; >>cómo quiere que no le hable de ello si usted me lo recuerda? Usted me abre las ganas. No, no le confesaré, pero debe permitirme que le hable de la confesión. Y empecé a hablarle de su vida pasada. Hícele ver la necesidad de ponerse en gracia de Dios y le describí minuciosamente el triste estado de su conciencia. El enfermo me escuchó con toda atención y, cuando hube terminado, me dijo: -Oiga, don Bosco: >>cómo ha hecho para conocer tan bien todas mis acciones? -Tengo cuatro palabras con las que leo en el alma de quien quiero y son: otis, botis, pía, tutis. -Entonces no hace falta que me confiese, porque usted lo sabe todo; ími confesión ya está hecha! -Señor mío, >>tendrá ahora alguna dificultad en declararse culpable de todos ((**It8.36**)) estos pecados, de arrepentirse y pedir perdón a Dios y hacer un propósito firme de cambiar de vida, si el Señor le concede de nuevo la salud? -íAh, no! -Pues bien, continué diciendo, mientras recogía los periódicos prohibidos y los libros malos que estaban sobre la mesita; >>me permite que los eche al fuego? ->>Por qué? -Porque una de dos: o van estos libros al fuego o tendrá que ir usted a las llamas del infierno para toda la eternidad. -íVáyanse, pues, los libros! Y se levantó una viva llama al echarlos en la chimenea. -Pero esto no basta, señor; tiene que despedir inmediatamente a la persona que usted sabe.(**Es8.43**))
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