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((**Es8.427**) Aplicóse inmediatamente a los religiosos la ley de la absoluta abolición y se destinaron a uso profano muchas iglesias. Pero esta persecución contra el Clero y el arbitrio inconstitucional con el que se tenía alejados de sus diócesis a tantos Obispos, ya conmovía a la opinión pública. El 15 de octubre, Napoleón III con su autorizado consejo, llevado a Florencia por medio del general Fleury, ordenaba insistentemente al Gobierno italiano que dejara volver a sus diócesis a los Obispos exiliados y se reemprendieran con Roma las negociaciones rotas en 1865 para el nombramiento de nuevos Obispos. El Gobierno de Florencia obedeció enseguida en lo referente al retorno de los obispos, pero le interesaba mucho que su actuación estuviese cubierta por una apariencia de legalidad, moderación y respeto hacia la religión. Por eso el 22 de octubre advertía el ministro Ricasoli, con una circular a los Gobernadores, que el Gobierno había determinado llamar a los Obispos alejados de sus diócesis, a excepción de los que se habían refugiado en Roma; y al mismo tiempo defendía al Gobierno de las odiosas medidas tomadas, declarando que muchos de los Obispos eran personajes peligrosísimos capaces de poner a todo el Reino en grave y urgente riesgo de ir a la ruina; y añadía la amenaza de llevarlos a los tribunales si osaban, aun en secreto, hacerse instigadores de discordias ciudadanas. Sin embargo, ni uno solo de aquellos Obispos, por mucho que la fiscalía oficial ((**It8.502**)) aguzara la vista, pudo ser acusado de culpable contra la autoridad del Gobierno. Uno de los primeros a quienes se dejó en libertad para volver a su diócesis fue monseñor Pedro Rota, obispo de Guastalla, después de seis meses de domicilio forzoso. Los alumnos del Oratorio, contentos por el feliz retorno del buen pastor a su amada grey, aunque sintiendo su pérdida, improvisaron el 7 de noviembre una demostración afectuosa en la que don Juan Bautista Francesia leíale un himmo expresando los sentimientos de don Bosco y de toda la comunidad. Monseñor partió aquella misma noche en compañía de su óptimo eclesiástico don Antonio Lanza, el cual, condenado también a domicilio forzoso, apenas obtuvo un poco de libertad, la aprovechó para ir al Oratorio a rendir homenaje y acompañar a su ilustre Pastor. Don Bosco se ingenió para que el Obispo volviese a su sede honrosamente, pues se temían nuevos insultos de la plebe, y obtuvo que el subgobernador, conde Radicati, le acompañase con una encarecida recomendación para las autoridades de Guastalla. (**Es8.427**))
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