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Aplicóse inmediatamente a los religiosos la ley
de la absoluta abolición y se destinaron a uso
profano muchas iglesias.
Pero esta persecución contra el Clero y el
arbitrio inconstitucional con el que se tenía
alejados de sus diócesis a tantos Obispos, ya
conmovía a la opinión pública. El 15 de octubre,
Napoleón III con su autorizado consejo, llevado a
Florencia por medio del general Fleury, ordenaba
insistentemente al Gobierno italiano que dejara
volver a sus diócesis a los Obispos exiliados y se
reemprendieran con Roma las negociaciones rotas en
1865 para el nombramiento de nuevos Obispos.
El Gobierno de Florencia obedeció enseguida en
lo referente al retorno de los obispos, pero le
interesaba mucho que su actuación estuviese
cubierta por una apariencia de legalidad,
moderación y respeto hacia la religión. Por eso el
22 de octubre advertía el ministro Ricasoli, con
una circular a los Gobernadores, que el Gobierno
había determinado llamar a los Obispos alejados de
sus diócesis, a excepción de los que se habían
refugiado en Roma; y al mismo tiempo defendía al
Gobierno de las odiosas medidas tomadas,
declarando que muchos de los Obispos eran
personajes peligrosísimos capaces de poner a todo
el Reino en grave y urgente riesgo de ir a la
ruina; y añadía la amenaza de llevarlos a los
tribunales si osaban, aun en secreto, hacerse
instigadores de discordias ciudadanas.
Sin embargo, ni uno solo de aquellos Obispos,
por mucho que la fiscalía oficial ((**It8.502**)) aguzara
la vista, pudo ser acusado de culpable contra la
autoridad del Gobierno.
Uno de los primeros a quienes se dejó en
libertad para volver a su diócesis fue monseñor
Pedro Rota, obispo de Guastalla, después de seis
meses de domicilio forzoso. Los alumnos del
Oratorio, contentos por el feliz retorno del buen
pastor a su amada grey, aunque sintiendo su
pérdida, improvisaron el 7 de noviembre una
demostración afectuosa en la que don Juan Bautista
Francesia leíale un himmo expresando los
sentimientos de don Bosco y de toda la comunidad.
Monseñor partió aquella misma noche en compañía
de su óptimo eclesiástico don Antonio Lanza, el
cual, condenado también a domicilio forzoso,
apenas obtuvo un poco de libertad, la aprovechó
para ir al Oratorio a rendir homenaje y acompañar
a su ilustre Pastor.
Don Bosco se ingenió para que el Obispo
volviese a su sede honrosamente, pues se temían
nuevos insultos de la plebe, y obtuvo que el
subgobernador, conde Radicati, le acompañase con
una encarecida recomendación para las autoridades
de Guastalla.
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