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y por estos muchachos, mientras le auguro todo
bien del Cielo y me profeso, con gratitud y
aprecio.
De V. S. Carísima.
Castelnuovo de Asti, 8 de octubre de 1866.
Su
seguro servidor y alumno
JUAN BOSCO, Pbro.
Desde Castelnuovo no dejó de ir a Moncucco a la
granja de Luis Moglia. Se entretuvo en Buttigliera
con algunos conocidos y le acompañó por un buen
trecho el párroco, teólogo Vaccarino; a la puesta
del sol se encontró solo, a mitad de camino, en el
valle entre Moriondo y Moncucco, en medio del
bosque.
No tardó en sorprenderle la noche oscura y
nubosa, aunque sin lluvia. Debía atravesar lugares
que, según se decía, estaban infestados de
ladrones, y cerca de granjas y viñas guardadas por
terribles mastines. Para colmo se salió del camino
y no sabía por donde iba. Era una marcha
angustiosa, porque encontraba vallas y obstáculos
que le obligaban a dar grandes rodeos. Empapado de
sudor, llegó a los pies de una alta pendiente y
comenzó a subirla. Paróse un momento para tomar
respiro:
-Oh, si tuviese aquí a mi Gris, pensó; íqué
bien me vendría; él me sacaría de estos apuros!
Como si hubiera estado allí el perro misterioso
para oírle...
((**It8.489**)) Un
agudo ladrido sorprendió al Siervo de Dios; luego
otro, y he aquí que en lo alto del ribazo apareció
el perro, descendió hacia él haciendo cabriolas y
le acompañó durante todo el trayecto que faltaba,
de casi tres kilómetros.
Fue una verdadera fortuna para don Bosco
encontrarse aquella compañía, porque, al llegar a
una granja, aparecieron de repente dos perrazos
rabiosos que infundían pánico; pero el perro Gris
se les echó encima, y los obligó a retirarse tan
maltrechos que a sus aullidos, que llenaban los
aires, acudieron los mismos dueños para ver qué
les pasaba a los pobres animales.
El Gris guió a su protegido directamente hasta
la casa donde era esperado. Todos quedaron
estupefactos al contemplar un perro tan hermoso y
acosaban a don Bosco preguntándole: dónde lo había
adquirido, si venía con él desde Turín, desde su
casa, o de una granja, etcétera. Al sentarse a
cenar, dejaron que el Gris se pusiera a descansar
en un rincón de la sala. Levantados los manteles,
dijo el señor Moglia:
-íVamos a dar de comer al Gris!
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