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A primeros de agosto se presentaban seis de
estos muchachos en el Oratorio, donde ya se
hallaban cinco de sus compañeros llegados antes.
Como don Bosco estaba fuera de la ciudad fueron
presentados al prefecto. La fisonomía de algunos
reflejaba insolencia, desprecio y prepotencia;
además de ser groseros, fogosos y tragones no
soportaban la disciplina porque habían campado a
sus anchas meses y meses; llevaban la navaja en el
bolsillo y eran muy capaces de usarla en una riña.
Los Superiores se dieron cuenta de ello, pero no
era prudente intentar desarmarlos en el primer
momento; estaban siempre unidos en corro y
hubieran ofrecido resistencia. Los muchachos del
Oratorio se mantenían separados de ellos, porque
temían armar altercados. Efectivamente, al poco
tiempo, uno de ellos hirió al jefe de zapatería,
Musso.
Al día siguiente, después de comer, estaba don
Bosco bajo los pórticos cuando le presentaron a
estos muchachos, que ni siquiera se quitaron la
gorra. Con una amable sonrisa intentó acariciarles
el Venerable y les preguntó:
->>Hicisteis buen viaje? >>Cómo estáis?
-Mal.
->>Y por qué estáis mal?
-Porque estamos aquí de mala gana. Queremos
volver a casa.
->>Y por qué estáis de mala gana?
-Porque aquí no hay comida. La comida que nos
dan es para...
-íHola! >>Este es el modo de responder? La sopa
que coméis es la misma que comen vuestros
compañeros, ((**It8.479**)) la que
comen con gusto los que vinieron de Ancona antes
que vosotros, la que comen vuestros superiores y
la misma que como yo.
-Si quiere usted comerla, es muy dueño de
hacerlo.
->>Sabéis con quién habláis?
-íA mí que me importa!
-Bueno, bueno; así no podemos conversar.
Y don Bosco, siempre con cara serena, se volvió
de la otra parte para entretenerse con los
muchachos que en gran número le habían rodeado y
habían sido testigos del extraño diálogo. Bufaban
de rabia y alguno quería llegarse a ellos y
pedirles razón del insulto, pero alguien con
prudencia le sugirió al oído:
-Llevan navaja, son capaces de usarla.
Ciertamente una reacción con luchas podría
tener desagradables consecuencias.
Aquellos pobrecitos, después de su última
respuesta, alzaron vulgarmente los hombros,
miraron provocativamente a su alrededor, y en
grupo se retiraron a un rincón del patio.
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