((**Es8.406**)
Me atrajo a sí, abrazándome tiernamente, me
quitó de la mano el papel y lo echó al fuego,
donde comenzó a arder. Ante su improviso gesto, me
quedé mudo y confundido, sin poder articular
palabra. Pero él me consoló enseguida, pues me
dijo:
-Te diré yo tus pecados.
Y, en efecto, con gran maravilla mía me los fue
diciendo todos, uno por uno, tal como yo los había
escrito. Puede imaginarse cuál fue mi sorpresa y
emoción. Prorrumpí en llanto, lleno de verdadero
dolor y consuelo...
((**It8.474**))
Monseñor Abundio Cavadini, obispo de Bangalore,
India, fue en 1909 a visitar a don Jorge Tomatis,
director del orfanato de Santo Tomás en Meliapor
(Madrás) y le contó que, siendo seminarista en
Bérgamo, había hecho los ejercicios espirituales
predicados por don Bosco. Explicóle qué admirable
era la eficacia persuasiva de su palabra: cómo se
vio obligado (y ya hemos aludido a ello) a cortar
uno de sus sermones sobre los novísimos, porque
las lágrimas y los sollozos le sofocaban y que en
el sermón siguiente, pidiendo perdón a su
auditorio por aquella involuntaria interrupción,
expresó tales sentimientos que conmovió los
corazones aún más que el día anterior.
Monseñor Speranza, que conocía cuánto valía el
Siervo de Dios, quiso servirse de él para
investigar las doctrinas que enseñaba un sacerdote
bergamasco. Se trataba de don Angel Berzi,
profesor de Teología en el Seminario de Brescia,
hombre doctísimo, pero sin humildad, que exponía a
los seminaristas magníficas ideas sobre la Virgen,
la Eucaristía y sobre la Iglesia, de un modo tan
atrayente que sus discípulos nunca se hubieran
cansado de oírle. Les aconsejaba que se ofrecieran
por completo al Sagrado Corazón de Jesús y les
invitaba a ir a las misiones extranjeras, si se
sentían llamados, y hasta prometerlo con voto.
Pero, empezaron a esparcirse ciertas proposiciones
suyas, que no parecían ortodoxas, y ciertas ideas
que, aunque expuestas en privado, sabían a
herejía, por ejemplo que la humanidad del Verbo
era de ab aeterno. El obispo, monseñor Jerónimo
Verzeri, examinó el caso y lo sacó del Seminario
juntamente con cinco o seis seminaristas, que se
manifestaban como sus más ardientes admiradores.
Berzi fue a Roma para defenderse, pero paraba con
frecuencia en Bérgamo.
Por esto monseñor Speranza, preocupado, encargó
a don Bosco que examinara su conducta y sus
enseñanzas. No era éste un encargo fácil, ya que
los innovadores en cosas de fe suelen esconder
desde el principio sus errores con palabras
((**It8.475**))
ambiguas. Don Bosco preguntó con prudente
perspicacia a muchas personas, que le habían
(**Es8.406**))
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