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es difícil ponerse al corriente en pocas semanas.
Con todo, anímense éstos, pues no serán
abandonados en situación tan apurada. Los
profesores os ayudarán a superar las dificultades
que encontréis para prepararos al examen,
repasándoos, si es preciso, las lecciones dadas.
Mientras tanto os pido una cosa. También los
clérigos tienen que examinarse, dentro de unos
días, y me importa mucho que hagan un buen papel;
procurad, por tanto, evitarles cualquier molestia
innecesaria para que también ellos puedan
prepararse bien. Por su parte los clérigos, si
tuvieren alguna incumbencia demasiado pesada que
les impida estudiar en estos días, díganmelo y yo
procuraré darles toda suerte de facilidades para
que puedan estudiar.
Aún tengo más que deciros. Hace algún tiempo
que se da por Turín cierto género de muerte que
nos avisa para que estemos bien preparados. El
padre de uno de los muchachos del Oratorio
(Ruffino) fue la otra noche a dormir como de
costumbre. Le llamaron por la mañana para atender
a sus ocupaciones y le encontraron muerto.
Un jovencito de una distinguida familia ayer se
retiró para acostarse. Esperó el sirviente a que
estuviese en la cama y se acercó para preguntarle
si necesitaba algo. El señorito no responde; el
camarero le llama, le sacude. íEstaba muerto!
En una farmacia próxima al Palacio Municipal se
presentó un mozo de café buscando un médico para
atender a un señor que se sintió mal mientras
jugaba a las cartas. Corre el médico, pone su mano
sobre el corazón, pero ya estaba muerto. íDel
juego a la eternidad!
Mis queridos amigos, aún he de daros otra
noticia. Un muchacho del Oratorio ha de morir,
quizás antes del ejercicio de la buena muerte de
este mes; y ciertamente, si llega a hacerlo, será
éste el mayor tiempo de que podrá disponer. Espero
que se halle bien preparado.
Al bajar don Bosco del estrado dijo al oído de
quien escribe estas memorias, una sola palabra:
-<>.
((**It8.31**)) Era un
secreto y un encargo que nos confiaba; y nosotros
repetiremos aquí lo que ya en otra ocasión hemos
afirmado.
Estas predicciones ayudaban mucho a los
jóvenes, a quienes Dios llamaba a la otra vida,
porque don Bosco los trataba con gran cuidado;
confiaba el secreto a algún compañero prudente y
le encargaba que hiciese de ángel custodio del que
iba a morir. Dicho compañero procuraba hacérselo
amigo en el juego, vigilaba de cerca sus
amistades, le invitaba con frecuencia a la
confesión y comunión, le acompañaba a visitar al
Santísimo Sacramento y le sugería los consejos que
le parecían más oportunos. Todo con la mayor
naturalidad, sin insistir, sin descubrir el
secreto ni dar lugar a sospecharlo. Todavía están
en el Oratorio algunos que tuvieron tan delicada
misión.
Es de advertir que, cuando don Bosco hablaba,
le escuchaban, en diversas ocasiones, más de
quinientos, setecientos y ochocientos,(**Es8.39**))
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