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Yo le auguro todas las bendiciones del cielo.
Usted, por su parte, dígnese pedir por mí y por
mis pobres muchachos, mientras tengo el alto honor
de poderme profesar
De V. S. Benemérita
Turín, 25 de julio de 1866.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Con la segunda carta respondía a la Excma.
Presidenta de las Oblatas Benedictinas Olivetanas,
en Tor dei Spechi, madre Magdalena Galeffi:
Turín, agosto 1866.
Reverenda Madre:
He recibido su carta, impregnada de cristianos
sentimientos, y le agradezco el afectuoso cuidado
que se toma por el bien de nuestros pobres
muchachos, a quienes de nuevo recomiendo a sus
devotas plegarias.
Anímese. Usted y sus hijas en Cristo rueguen y
espérenlo todo de Jesús Sacramentado. Induzca a la
novicia últimamente ingresada a hacer alguna
oración con este fin y la verá cambiada, esto es,
dejará todo escrúpulo.
Le aseguro que encomendaré al Señor el bien
espiritual de su hermano. Usted haga lo que pueda
para ayudar a la benemérita condesa Calderari a
colocar algunos boletos de una tómbola, que
seguramente usted conocerá y de la que tenemos
gran necesidad.
Bendiga Dios a usted y sus trabajos, y que la
Santísima Virgen proteja y defienda toda su
Comunidad y les haga a todas santas. Amén.
Me encomiendo a la caridad de sus oraciones y
me profeso
De V. S. Reverenda
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Llegaba mientras tanto la noticia de una gran
batalla naval inminente.
El 16 de julio había salido de Ancona la flota
italiana, mandada por el almirante Persano. El 18
y el 19 bombardeaba las fortificaciones de la isla
de Lissa, sin conseguir un desembarco de tropas; y
el acorazado El Terrible quedó tan mal parado por
la artillería enemiga, que tuvo que ((**It8.434**))
resguardarse bien en Ancona. El 20 aparecía la
flota austriaca del almirante Tegetthoff y se
disponía impetuosamente a entrar en batalla. La
nave capitana, Rey de Italia, era embestida con
furia y se iba a pique con todos los tripulantes.
Otro acorazado, Palestro, se incendiaba con las
granadas y reventaba con todos sus hombres. La
flota italiana, por impericia de Persano, en la
imposibilidad de rechazar al adversario, se retiró
al caer de la tarde
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