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Así escribía don Bosco.
La noticia de esta muerte fue dada
inmediatamente a Mirabello, y la dolorosa
impresión que recibieron los alumnos quedó
mitigada con la afirmación de un suceso
sorprendente, que se repitió varias veces.
Predicaba en el colegio el teólogo Antonio
Belasio. Don Domingo Belmonte y los que con él
estaban en el coro advirtieron que los muchachos
de la primera y segunda elemental (cerca de
treinta) se movían y agitaban durante el tiempo de
la bendición y también antes, al exponer el
Santísimo Sacramento. Se trataba de palabras y
gestos de maravilla no reprimidos. Después de la
función salieron todos al patio gritando que
habían visto en la Santa Hostia al Niño Jesús
hermosísimo.
Por dos tardes consecutivas se repitió este
hecho singular, cada vez con más estupor y alegría
de los pequeños, los únicos que vieron aquella
maravilla.
Quiso el Teólogo interrogarlos por separado,
uno a uno, y se maravilló al oír que todos hacían
la misma descripción del Niño, de modo que quedó
persuadido de que era una verdadera aparición.
El mismo don Domingo Belmonte nos hizo esta
narración.
Alguién la creyó una alucinación, ya que junto
al baldaquino del Santísimo había dos pirámides de
flores que sobresalían y en el espacio que ellas
encerraban podía formarse la figura de un niño. No
entramos en la discusión. Solamente decimos que si
fue una ilusión, ésta se fundamentaba en dos
grandes verdades: que en aquel trono estaba
realmente vivo y verdadero Nuestro Señor
Jesucristo y que es El quien dijo: Sinite parvulos
venire ad me: deliciae meae esse cum filiis
hominum (Dejad que los niños se acerquen a Mí; mis
delicias están con los hijos de los hombres).
Se informó a don Bosco del acontecimiento y él
hacía referencia al mismo en una carta al clérigo
Francisco Cerruti, ya cercano ((**It8.425**)) a las
sagradas órdenes, y cuyo patrimonio eclesiástico
andaba formando. A todos sus sacerdotes, aun a los
que habían salido del Oratorio, se lo había
buscado con extraordinaria diligencia y tesón, y
en esta ocasión lo trabajaba hacía meses ante el
Rey, el Economato, la Obra Pía de San Pablo y la
Curia, en favor de unos clérigos que se preparaban
para recibir las órdenes mayores. Pero las
diligencias y las cartas se multiplicaban y las
dificultades y dilaciones no acababan nunca.
Escribía al Rey:
(**Es8.364**))
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