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durante el viaje y dejarlo en manos de don Bosco
que lo esperaba. Llegó al Oratorio el 30 de junio.
Fueron llamados a consulta los más renombrados
médicos y su diagnóstico causó una profunda herida
en el corazón de cuantos apreciaban al buen
muchacho. Estaba ya en el cielo tejida su corona,
había sabido en poco tiempo ganársela, muy rica y
hermosa; y los ángeles se disponían a ponerla
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su cabeza. Tranquilo, más aún, contento moría el 4
de julio, asistido por don Bosco.
Unos días después, notificaba a la desolada
madre las circunstancias de la muerte edificante
de su hijo.
Aunque pasaba mucho tiempo levantado y cumplía
con sus devociones en la iglesia, sin embargo, una
vez postrado en cama, pidió recibir los santos
sacramentos y se le satisfizo. Una noche, después
de haberse confesado, me dijo que tenía una pena y
me la manifestó:
-Temo, me dijo, que la enfermedad sea larga y
que usted me mande a casa. Si así fuese... ípobre
de mí!
Le consolé enseguida diciéndole que, tanto que
su enfermedad fuese larga como corta, le tendría
siempre conmigo, y no permitiría que le faltase
nada de cuanto pudiera ayudar a su alma o a su
cuerpo. Con gran satisfacción, añadió:
-Así estaré siempre con don Bosco, y seré hijo
de don Bosco. Bendito sea Dios.
Pero le dije:
-Si Dios te quisiera con El en el paraíso, y yo
determinara dejarte ir, >>qué dices?
-Que sí, que iría con gusto al paraíso.
Debo manifestar que su mayor miedo era el ser
enviado a su casa; bastaba hablarle de ello para
que aumentara su mal.
-En mi casa, solía decir, hay ciertos peligros
para el alma, que yo no podría evitar;
desgraciadamente, desgraciadamente...
Omito aquí muchos detalles de la marcha de la
enfermedad, de la recepción de los santos
sacramentos. No me detengo a hablar de su
paciencia, su piedad, su fervor, con las cuales se
podía escribir un hermoso librito. Solamente diré
que, habiéndole preguntado si quería que
invitásemos a su madre para venir a verlo,
respondió:
-No, porque tal vez no pudiera encontrarme
vivo; además ella me quiere mucho, y tendría una
pena demasiado grande al verme morir. Yo también
sufriría mucho.
La noche anterior a su muerte le pregunté si
quería encomendarme algo y contestó:
-Diga a mis compañeros que mañana estaré con la
Virgen en el cielo.
-Esta noche, repliqué, escribimos una carta al
padre Julio Metti, >>quieres decirle algo?
-íOh, padre Julio!, exclamó; le agradezco que
haya salvado mi alma, mandándome aquí. Que Dios se
lo pague.
El día 4, a las nueve de la mañana, estaba yo
junto a él, observando el proceso del mal, y, como
él persistiera en que aquel día quería ir con la
Virgen al cielo, le pregunté quién se lo
aseguraba.
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