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Habían acudido los directores de Mirabello y
Lanzo, cada uno con un alumno en representación de
su colegio. No se repitió la velada la tarde del
24, como se hizo uno o dos años después y, luego,
siempre. Don Bosco se retiró a su habitación.
Llevaba ya en la cabeza un proyecto, el de fundar
un instituto femenino, destinado a la educación de
las muchachas y a ayudar a los Salesianos en su
misión. Comunicó su pensamiento al Director de
Lanzo, el cual escribió inmediatamente lo que
había oído. He aquí su relación:
<>En todas las barandillas de las ventanas del
Oratorio había cientos de luces en lamparillas de
colores. En medio del patio estaba la banda de
música, que, de cuando en cuando, interpretaba las
más suaves sinfonías.
>>Don Bosco y yo nos acercamos a la ventana.
Nos mirábamos el uno al otro, apoyados en el
antepecho de la misma. El espectáculo era
encantador; una alegría inefable llenaba los
corazones. No se nos podía ver desde el patio,
porque estábamos en la oscuridad; yo agitaba mi
pañuelo blanco, de vez en cuando, fuera de la
ventana y los muchachos al verlo, prorrumpían en
un grito entusiasta: í Viva don Bosco!
>>Don Bosco sonreía. Estuvimos largo rato sin
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proferir palabra, absortos en nuestros
pensamientos, cuando yo exclamé:
>>-Don Bosco íqué hermosa noche! >>Recuerda los
sueños antiguos? íAquí están los muchachos, los
sacerdotes y los clérigos que la Virgen le había
prometido!
>>-íQué bueno es el Señor!, me respondió don
Bosco.
>>-Han pasado ya casi veinte años sin que
faltara nunca el pan a nadie, íse hizo todo sin
tener nada! >>Qué es el hombre en estas obras?
íSi fuese una empresa humana, ya hubiéramos
fracasado cincuenta veces!
>>-No lo dices todo; ímira qué rápidamente va
creciendo nuestra Pía Sociedad en número y en
obras! Todos los días decimos: íbasta, parémonos!
Y una mano misteriosa nos empuja hacia adelante.
>>Mientras hablaba, tenía la cara vuelta hacia
la cúpula, que ya se levantaba, y recordando los
antiguos sueños, fijaba sus ojos en ella que,
envuelta en los blancos rayos de la luna, parecía
una visión celeste. La mirada y el aspecto de don
Bosco tenían en aquel instante
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