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esta publicación, se habría continuado, como
efectivamente se hizo, relatando las maravillas
que la Virgen, bajo el título de Auxiliadora,
obraría en su nuevo Santuario en favor de sus
devotos.
Por eso don Celestino Durando se había
presentado a su profesor y amigo Tomás Vallauri,
rogándole insertara en la Unidad Católica el
manuscrito de la gracia. Por aquel entonces
((**It8.370**)) aún no
tenía el teólogo Margotti las íntimas relaciones
que posteriormente mantuvo con el Oratorio. El
profesor Vallauri, que era colaborador de la
Unidad Católica, accedió a las instancias de
Durando, diciendo que por su parte no había
ninguna dificultad; pero que hablaría de ello con
Margotti. El Teólogo leyó la relación, pero no
quiso imprimirla, si antes no obtenía la
aprobación de la autoridad eclesiástica. En
consecuencia, devolvieron la carta con la noticia
de la condición propuesta a don Celestino Durando,
el cual fue a visitar al canónigo Vogliotti,
rogándole diese su visado; pero el Canónigo se
negó a ello absolutamente.
>>Qué hacer? Estaba en el Seminario entre los
superiores el teólogo Olivero, gran amigo del
Oratorio y muy influyente en el ánimo de
Vogliotti. Acudió Durando a él y el teólogo
Olivero convenció al Pro-Vicario para que
condescendiera y estampara su firma. El artículo
fue publicado tal y como lo trascribimos:
íVIVA MARIA AUXILIADORA!
Ilustrísimo señor Director:
Movido por las muchas noticias que a diario leo
en favor de nuestra Religión Católica en el
prestigioso periódico de V. S., me animé a pedirle
que publicase en las columnas del mismo la
siguiente relación de una curación extraordinaria,
diría, casi milagrosa, que obtuve por intercesión
de María Auxiliadora. Hacía nueve meses que sufría
un dolor que tenía aspecto de osificación
gangrenosa y me hallaba en cama atormentado por la
enfermedad y con agudos dolores. Una parte de la
cabeza y el carrillo izquierdo, estaban afectadas
por la voraz enfermedad. Acudimos a medicinas de
toda clase, a médicos eminentes, en particular y
en consulta; todo fue inútil. En lo único en lo
que todos los peritos en medicina estaban de
acuerdo era: en que si sobrevenía la supuración,
la que ya se daba como inevitable, yo moriría
instantáneamente, o de lo contrario igualmente
sucumbiría a la violencia del mal muy en breve.
Por lo tanto, en medio de dolores y tristeza, yo
veía que la muerte se me acercaba día a día a
grandes pasos, sin esperanza de poder retardar su
fatal llegada.
En aquel momento, en un rasgo de bondad, vino a
visitarme el óptimo sacerdote don Juan Bosco y,
después de haber oído la narración de la
enfermedad, me dijo que algunos se habían
encomendado a María Auxiliadora y habían ((**It8.371**))
obtenido extraordinarios favores, y me sugirió que
hiciese una novena a esta celestial Madre y: -Si
obtiene de María la curación, añadió, llevará
después una ofrenda para continuar
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