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-Es un obispo; estando él con nosotros,
tendremos también con nosotros al Señor: no hay
que temer.
Y fue enseguida a saludarle y rendirle
agasajos; le agradeció el honor que les hacía, y
se excusó de no poder atenderle como se merecía.
El ilustre desterrado lo interrumpió diciendo:
-Usted, don Bosco, recibe a los pobres y
abandonados; >>quién más abandonado que yo:
Considéreme como un pobre huérfano. íBasta que me
dé asilo como a uno de ellos!
Cuando se supo en el Oratorio quién era el
Obispo que habían visto en la iglesia y por los
patios, y el motivo por el que se había quedado,
fue una gran fiesta para todos. <>, dijo don
Bosco por la noche. Los muchachos se retiraron
gritando bajo las ventanas de Monseñor: í Viva el
Obispo de Guastalla!
No eran muchas las comodidades del Oratorio;
pero el bueno y santo exiliado se conformó con una
pequeña habitación donde dormía y una salita donde
recibía visitas y se le preparaba la mesa. Don
Bosco quiso que se organizase cocina aparte para
él.
Monseñor se apresuró a escribir una carta
pastoral a sus amados diocesanos manifestando su
dolor por haber sido obligado a partir sin poder
despedirse y a vivir lejos de sus hijos: les
auguraba la verdadera paz que sólo se encuentra en
la gracia de Dios; les exhortaba a no prestar
oídos a los maestros de herejía, llegados para
esconderse en su viña y devastarla; les
recomendaba las buenas obras y la frecuencia de
los Sacramentos; y prometía que rogaría por ellos
todos los días en la santa misa y por los que tal
vez le odiaban sin ((**It8.362**)) saber
por qué, dispuesto a abrazar a todos con el mismo
afecto.
La carta estaba fechada: En Turín, desde el
Oratorio de San Francisco de Sales, día de san
Gregorio VII (25 de mayo), y llevaba también la
firma del Pro-Secretario: Juan Cagliero, Pbro.
Don Bosco la hizo imprimir en la imprenta de
casa y la expidió a la Curia de Guastalla.
Durante seis meses edificó Monseñor a todos con
su conducta. Se prestaba para confesar a
cualquiera que le pidiese esta caridad; pero lo
que maravilló a los muchachos fue verlo cada ocho
días ir a la sacristía y confesarse con don Bosco,
después de esperar turno de rodillas sobre el
desnudo pavimento y en fila con los alumnos. La
primera vez que vieron a aquel venerando Pastor,
más digno de veneración por las persecuciones que
tan resignadamente sufría, entrar en la sacristía
con este fin, todos a una se levantaron
respetuosamente
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