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Y no era solamente en la región de Nápoles
donde se estilaban estos rigores con las personas
de iglesia, sino también en otras partes del
reino. Monseñor Cantimorri, obispo de Parma, fue
confinado en Cúneo. En Milán fue encarcelado
monseñor Pertusati, Provicario, y con él y en
pocos días muchos sacerdotes. En Bolonia, en un
solo día, se practicaron hasta cuarenta registros
domiciliarios y, aunque no se descubrió la menor
sombra de culpabilidad, párrocos, abogados y
periodistas católicos fueron encarcelados.
Dio pábulo a los delatores, hombres llenos de
resentimiento sectario, una circular enviada a los
Gobernadores civiles por el ministro de
Gobernación, Ricasoli, Presidente del Consejo,
elevado al poder el 20 de junio.
Dicha circular fue publicada en la Gaceta
Oficial el día 26. ((**It8.359**)) En ella
se recomendaba ejercer con todo rigor los derechos
que la ley concedía con el fin de prevenir los
atentados y asechanzas extranjeras a la
perversidad doméstica que pudiera maquinar con
daño para la patria.
Muy pronto varios obispos más del reino de
Nápoles, de las Marcas, de la Romaña y de
Lombardía vieron violado sacrílegamente su
domicilio, registrados sus documentos, revuelto
todo lo suyo con molestas inquisiciones; y
finalmente fueron confinados lejos de sus
diócesis, sin que se hubiese podido encontrar nada
que diera motivo para la acusación fiscal.
Casi todos los días se leía en los periódicos
una lista de diez, quince y hasta treinta
párrocos, religiosos, simples sacerdotes o
seglares, y también personajes de familias
distinguidas que, denunciados por la Comisión de
vigilancia, estaban condenados sin juicio alguno,
a domicilio forzoso. No eran reos de maquinaciones
políticas, sino de no mirar más que a Dios y de
sostener los derechos de las conciencias
católicas.
El Venerable tuvo la suerte de poder ayudar y
aliviar a una de las primeras nobles víctimas de
la indigna persecución.
Monseñor Pedro Rota, obispo de Guastalla, se
había retirado a la casa rectoral de la parroquia
del arrabal de San Roque, cuando he aquí que el 13
de mayo, a las tres de la tarde, se presentaron el
Delegado de Seguridad Pública y el Teniente de la
Guardia de la ciudad con un escuadrón de
caballería, y la orden perentoria de ejecutar la
requisa de la correspondencia epistolar de
Monseñor e intimarle la inmediata salida hacia una
de las pocas ciudades que le proponían. El buen
Prelado recibió con imperturbable serenidad la
nueva tribulación, pero envió telegráficamente la
siguiente protesta al Gobierno Civil de Reggio.
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