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para la unidad de Italia. Por eso, para desenredar
tramas en las que ellos eran maestros y que
suponían urdirse en su contra, el 9 de mayo la
Cámara de los Diputados y el 14 del mismo mes la
del Senado aprobaban una ley, presentada por
Francisco Crispi, que con razón se llamó la ley de
los sospechosos. Con ella se autorizaba al
Gobierno para enviar a domicilio forzoso por un
año, no sólo a los ociosos, a los vagabundos y
pendencieros y a todas las personas sospechosas,
sino también a aquéllas contra las que haya
fundado motivo para juzgar que se dedican a
restituir el antiguo estado de cosas y a
perjudicar de algún modo la unidad de Italia y sus
libres instituciones. Esta ley, tal como estaba
concebida, dejaba a los malvados un medio fácil
para excederse y aplicarla según los gustos de los
partidos políticos, de las pasiones privadas, y de
los odios contra el nombre católico. En efecto, ya
antes de que fuese aprobada por el Senado y
promulgada por el Gobierno, se aplicaba en
Nápoles, con perjuicio para el Clero. Diarios
oficiosos, como La Opinión, pintaron la cosa con
una de sus acostumbradas calumnias; dijeron que
los sacerdotes eran cómplices de una conspiración,
felizmente descubierta, que intentaba restaurar la
dinastía de los Borbones.
((**It8.358**)) En
consecuencia se aplicó la ley con implacable rigor
contra los obispos y otros prelados napolitanos,
señalados como sospechosos. El jefe de policía les
llamó e intimó la orden de partir inmediatamente,
unos con dirección a Roma, otros a Marsella, sin
darles tiempo ni para arreglar sus asuntos
domésticos sin considerar su estado de salud, la
avanzada edad, su pobreza, o su dignidad, sin
aducir la menor explicación que justificase
aquella violación de todo derecho.
Se señaló como jefe de los conjurados a
monseñor Salzano, el hombre más pacífico del
mundo, y se le echó; echaron a los obispos de
Gallípoli, Oria, Manfredonia, Rossano, Salerno,
Aversa, Nola y Termoli, juntamente con el Vicario
y el Procanciller. El Obispo de Calvi y Teano fue
arrestado la noche del 19 de mayo en su casa
paterna; le condujeron a Nápoles y, después de una
pequeña parada concedida con dificultad, le
obligaron a partir hacia Roma, donde ya se
encontraban exiliados otros obispos y sacerdotes
napolitanos, solamente por ser considerados
personas influyentes. Muchos otros
distinguidísimos personajes, eclesiásticos y
seglares, fueron encarcelados por el mismo motivo,
desterrados fuera de Italia o relegados a
domicilio forzoso. En las cercanías de Nola, y en
una sola noche, se hicieron unos doscientos
arrestos y se efectuaron varios centenares más en
Santa María de Capua.
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