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ora pro nobis. El pueblo respondió: Ora pro nobis;
e iba a recitar otras oraciones, cuando él se lo
impidió y les hizo repetir tres veces la
jaculatoria: María Auxilium Christianorum, ora pro
nobis. A la tercera vez cesó el vendaval y
apareció otra vez el sol. El Párroco y sus
feligreses quedaron fuera de sí por la alegría
ante una gracia tan manifiesta.
No asustaban a don Bosco las incomodidades de
un viaje, ni siquiera el perder el tren, cosa que
le sucedía frecuentemente, porque, al ir y al
venir, fácilmente encontraba personas que lo
detenían; y él siempre era todo para todos.
Nosotros mismos fuimos testigos del hecho
siguiente.
Pidió una mañana a un hermano que le acompañase
a la estación de Puerta Nueva; había determinado
celebrar la santa misa en el pueblo adonde se
dirigía. Pero salió de la habitación y se le
acercó un clérigo, que necesitaba decirle algo
confidencialmente. Don Bosco se detuvo y lo
escuchó. Por la escalera se encontró con otro, que
también quería hablarle, y don Bosco se paró y lo
atendió. Al final de la escalera le aguardaba un
tercero y se entretuvo con él con toda
tranquilidad. En los pórticos le rodearon varios
sacerdotes y clérigos, y contentó a cada uno de
ellos. Finalmente se dirigió hacia la puerta, a
tiempo de que un jovencito ((**It8.348**)) corrió
tras él llamándolo. Don Bosco se paró, se volvió y
respondió a sus preguntas. Se requería la
paciencia de Job para tener su calma. Cuando llegó
a la estación, el tren había partido; no se inmutó
de ningún modo; con toda tranquilidad fue a
celebrar la misa en la iglesia de San Carlos y, de
vuelta en la estación, partía con el segundo tren.
Con aquella misma inalterable tranquilidad,
unida siempre a una prudente firmeza, gobernaba el
Oratorio en ciertos momentos un poco críticos por
la falta de reflexión de algún muchacho.
Enemigo declarado del respeto humano, no podía
soportar en casa muchachos que sembrasen esta mala
cizaña entre los compañeros.
Florecía en el Oratorio la compañía del Clero
infantil que dirigía don José Bongiovanni.
Sucedió en 1866 que, por diversas causas, hubo
muchos alumnos que la tomaron contra los que se
habían apuntado en esta Compañía y no dejaban
escapar la más mínima ocasión para criticarlos. El
mote más insultante que creían poderles dar era el
de: Bongiannistas. La cosa duró algunos meses,
hasta que el Siervo de Dios, viendo que los del
Clero se dejaban atemorizar, se enfriaban en la
piedad y algunos pensaban abandonar la Compañía,
después de haber avisado
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