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iglesia y, al verla derrumbada y deforme y tan
extraordinariamente descuidada, reprochó
francamente al párroco tantas faltas de cuidado en
lo que tocaba al culto divino, y añadió:
>>-Su casa parroquial está muy bien conservada
y convenientemente amueblada, pero íla casa de
Dios está muy descuidada! >>Por que no piensa en
dotar al pueblo de otra iglesia?
>>No sé, si como resultado de estas palabras o
movido por otras razones, pero, en honor de la
verdad, puedo asegurar que dicho párroco proveyó a
ello con un legado a su muerte>>.
Las Hijas de la Caridad habían abierto en Cúneo
una casa para recoger y educar en las labores
domésticas a las muchachas pobres y abandonadas.
Encargaron de la obra a sor Arcángela Volontá y
otra religiosa, pero llegaron a Cúneo y se
encontraron en un embrollo: la casa no reunía las
mínimas condiciones, se podía dudar de la solidez
de las paredes y no había más mobiliario que dos
jergones y alguna silla. Sólo dos niñas se
hospedaban en aquel palacio, y no se veía ni
siquiera la sombra de una fuente de ingresos. En
estas condiciones se encontraba el instituto,
cuando don Bosco, que se hallaba en Cúneo invitado
por el padre jesuita Ciravegna, fue a visitarlo.
El Venerable reconoció a primera vista en
aquella pobreza extraordinaria los principios de
una obra que Dios bendecía, y dijo a las buenas
Hermanas:
-Veo que lo superfluo no les estorba; es
verdad, no pueden ir adelante de este modo, pero
estén tranquilas, porque el Señor las bendecirá
haciendo prosperar todas sus obras; y a su debido
tiempo les dará una casa amplia y cómoda, donde
podrán hacer mucho bien.
Al salir les bendijo. Veinticuatro años después
de esta bendición, iba sor Arcángela a agracederle
en Valsálice, donde reposaban sus restos mortales,
la bendición que dio a su casa.
((**It8.347**)) Ya no
era posible reconocerla; había en ella diez monjas
y cien niñas, sostenidas todas por la divina
Providencia, que don Bosco prometió favorecería al
caritativo Instituto.
En este mismo año estuvo también en Revello de
Saluzzo con el cura párroco don Francisco Geuna,
canónigo y vicario foráneo. De improviso se
desencadenó un terrible temporal. Soplaba furioso
el viento; empezaba a granizar y corría la gente a
la iglesia para implorar que no se arrasaran sus
cosechas.
Corrió también el Párroco, entregó a don Bosco
el roquete y la estola y éste, viendo la urgencia
del peligro, invitó al pueblo a invocar a María
Auxiliadora, y exclamó: María Auxilium
Christianorum,
(**Es8.299**))
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