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pero por demasiado es, mi patrono Juan Dehuc
muerto es). Ordenó, además, que en la losa
sepulcral se practicara un agujero por el que cada
año, en el aniversario de su muerte, se echarían
algunas medidas de vino para regar sus huesos.
La gracia con que don Bosco narró esta anécdota
fue como para no olvidarla.
Si el Siervo de Dios buscaba ganarse las
simpatías de la gente, era para llevar sus almas
al Señor. El abogado Comaschi le invitó con mucha
insistencia para que, siempre que fuese a Milán,
se hospedara en su casa de la que le hacía dueño.
Don Bosco aceptó gustoso la hospitalidad ofrecida.
Y resultó que cuanto más trataba el abogado
((**It8.305**)) con él,
tanto mejor se hacía y, poco a poco, cambió de
ideas; el sombrero de Garibaldi perdió el sitio de
honor y en su lugar colocó dos cartas autógrafas
del Siervo de Dios, en un cuadro con marco dorado.
No es fácil imaginar a qué extremo llegó su
amistad y admiración por don Bosco. Nunca permitió
que la habitación ocupada por él fuese usada por
nadie, la respetó siempre como un santuario, donde
conservaba todo lo que el Venerable había usado en
la mesa, y no permitió que se lavaran los vasos,
manteles y toallas. Mientras vivió lo veneró todo
como reliquias de un santo.
Así nos lo atestiguó don Lorenzo Saluzzo, el
cual lo oyó contar a los mismo parientes de
Comaschi.
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