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se había presentado al general Garibaldi, a su
paso por Milán; el héroe de ambos mundos quedó tan
complacido del homenaje que le regaló su propio
sombrero. El abogado lo colocó en el salón, bajo
una campana de vidrio, y lo mostraba con verdadero
orgullo a sus visitantes.
Habiendo ido a Turín en 1859 para defender una
de sus causas oyó hablar de don Bosco y quiso
verle. Acompañado de otro abogado fue al Oratorio;
el Siervo de Dios le recibió con su encantadora
cortesía y se entretuvo principalmente con el otro
abogado a quien ya conocía. Comaschi habló poco,
pero observó atentamente, y quedó tan admirado del
Venerable, que dijo después:
-Don Bosco no me parece un cura como los demás.
A partir de aquel momento le guardó un afecto y
una reverencia indescriptibles. Volvió otra vez al
Oratorio para ver a don Antonio Sala, en cuyo
pueblo de Brianza tenía su quinta; y, al ver en la
portería un retrato de don Bosco, dijo:
-íCómo! >>No tenéis otro sitio donde colocar a
don Bosco? >>Sabéis quién es don Bosco?
Y echó al asombrado portero un sermón en toda
forma.
((**It8.304**)) Cuando
en 1866, supo que don Bosco se encontraba en
Milán, le invitó a comer en su casa. Don Bosco
aceptó. El abogado estaba fuera de sí por la
alegría de sentarle a su mesa. El Siervo de Dios,
que sabía adaptarse a todas las situaciones,
sostuvo la hilaridad de los convidados con el
conocido cuento de aquel señor alemán, Dehuc,
llegado a Italia para ir a Roma.
En aquellos tiempos no había ferrocarriles, se
viajaba en carruaje y se hacían diversas paradas
para descansar. Dehuc era amigo de la cerveza,
pero prefería el vino y del mejor; y como era muy
rico, iba precedido, con más de una jornada de
viaje, por un mensajero que probaba el vino en
todos los pueblos por donde pasaba y, si lo
encontraba bueno, escribía con un pincel en los
muros exteriores de la hospedería: est!; si era
mejor: est!, est!; y si era óptimo: est!, est!,
est!. El dueño le seguía y hacía etapas, más o
menos largas, con arreglo a la bondad del vino. A
veces sólo una noche; otras, varios días, y eran
frecuentes las borracheras. Llegó finalmente a
Montefiascone y, como viera escrito sobre un
parador: est! est! est!, saltó del carruaje,
alquiló una habitación y agarró una borrachera tan
fenomenal y tan fuerte como para reventar. Y en
efecto, se fue al otro mundo. El criado lo hizo
enterrar en una magnífica tumba con una
inscripción que explicaba la causa de su muerte:
Est!, est!, est!,.. sed propter nimium est!. Herus
meus Joannes Dehuc mortuus est! (es!, es!, es!,
(**Es8.264**))
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