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((**Es8.263**) Tampoco tenía nada de austero; era de modales desenvueltos y su amabilidad le ganaba los corazones; el prestigio de su santidad no ocasionaba desconfianzas o repugnancias en los mundanos, sino que, por el contrario, su conversación era muy deseada. Este su comportamiento le abría las puertas de todas las casas y era bien recibido hasta por hombres de principios diversos. Bien puede decirse que don Bosco fue una de esas almas que supieron imitar maravillosamente el modelo divino con una vida humana bella y serena. El más bonito elogio que se le puede tributar es el mismo expresado por la hermana de san Francisco de Borja sobre santa Teresa: <>. He aquí cómo nos lo describe un ilustre señor cuando, como sucedía con frecuencia, invitaba a su mesa a un amigo o bienhechor. <((**It8.303**)) la más entretenida e interesante por sus anécdotas. Era sobrio y parco, moderadísimo; pero no se oponía a que se pusiera en la mesa un poco de vino añejo que era feliz al ofrecer a su invitado, para demostrarle su satisfacción por tenerlo como comensal; complacencia que él glosaba con la acostumbrada rúbrica: íPerdónenos, si hoy ha tenido que hacer un poco de penitencia! íPero usted nos ha honrado y esto basta! íEs así, mi querido y buen amigo !>>. Ganados por los buenos modos crecía de día en día el número de sus amigos. El año 1866, y precisamente en Milán, trabó íntima amistad con el abogado Comaschi. Era Comaschi hombre de los llamados principios liberales, y presidente o patrono de la sociedad de sombrereros. En nombre de ésta (**Es8.263**))
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