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Tampoco tenía nada de austero; era de modales
desenvueltos y su amabilidad le ganaba los
corazones; el prestigio de su santidad no
ocasionaba desconfianzas o repugnancias en los
mundanos, sino que, por el contrario, su
conversación era muy deseada. Este su
comportamiento le abría las puertas de todas las
casas y era bien recibido hasta por hombres de
principios diversos.
Bien puede decirse que don Bosco fue una de
esas almas que supieron imitar maravillosamente el
modelo divino con una vida humana bella y serena.
El más bonito elogio que se le puede tributar es
el mismo expresado por la hermana de san Francisco
de Borja sobre santa Teresa: <>.
He aquí cómo nos lo describe un ilustre señor
cuando, como sucedía con frecuencia, invitaba a su
mesa a un amigo o bienhechor. <((**It8.303**)) la más
entretenida e interesante por sus anécdotas. Era
sobrio y parco, moderadísimo; pero no se oponía a
que se pusiera en la mesa un poco de vino añejo
que era feliz al ofrecer a su invitado, para
demostrarle su satisfacción por tenerlo como
comensal; complacencia que él glosaba con la
acostumbrada rúbrica: íPerdónenos, si hoy ha
tenido que hacer un poco de penitencia! íPero
usted nos ha honrado y esto basta! íEs así, mi
querido y buen amigo !>>.
Ganados por los buenos modos crecía de día en
día el número de sus amigos.
El año 1866, y precisamente en Milán, trabó
íntima amistad con el abogado Comaschi.
Era Comaschi hombre de los llamados principios
liberales, y presidente o patrono de la sociedad
de sombrereros. En nombre de ésta
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