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por la causa de la justicia; sirvió después, a
conciencia y honorablemente a los reyes de Saboya,
en los más altos cargos que le confiaron en los
Estados Sardos y el 1846 fue condecorado con la
medalla de la Orden Suprema de la Santísima
Anunciata por el rey Carlos Alberto. En 1853
publicaba en París dos volúmenes de Cartas y
Opúsculos admirables del Conde, su padre,
prologados con unas páginas biográficas del
venerado autor. Había enviado a dos de sus hijos,
valientes y amantes del Papa, al servicio del
Vicario de Jesucristo y defensa de la Santa Sede;
y, pocos días antes de morir, entregaba para el
óbolo de San Pedro la última ofrenda de mil liras.
Pasaba a la eterna paz del cielo teniendo a su
lado al Siervo de Dios tan querido. Este había
sido su huésped en Roma, en el 1858, y en sus
dependencias había trabajado para dar los primeros
pasos ante la Santa Sede relacionados con la
aprobación de la Pía Sociedad de San Francisco de
Sales.
((**It8.299**)) Una vez
tributadas las últimas honras al inolvidable amigo
y bienhechor, y consolada su querida familia, don
Bosco volvía a Turín y reemprendía sus
ocupaciones. Eran éstas muchas y continuas, pero
tenía al lado a don Miguel Rúa. Que lo diga esta
característica carta de su fiel ayudante, dirigida
a la noble condesa de Callori:
Ilustrísima Señora:
Con placer recibo de don Bosco el honroso
encargo de escribir a V. S. en su lugar, ya que él
está asediado de continuo por múltiples
ocupaciones.
Con respecto al libro sobre el Santísimo
Sacramento, me autoriza decirle que no tiene
dificultad alguna en cuanto al título, que le
cuadra tal como V. S. propuso.
Respecto a la otra obra, con mucho pesar le
comunica que ya escribió una vez a Monseñor y que
éste, por cierto, se dignó responder, pero no
cumplió. Escribió de nuevo don Bosco rogándole
devolviera el original, pero hasta ahora no se
alcanzó el propósito. Por ello don Bosco fía al
cuidado de V. S. que tenga la bondad de escribir y
urgir a Monseñor, si es que aún desea que dicho
trabajo pueda resultar de alguna utilidad.
Pasando a otra cosa, creo no le sea
desagradable tener noticias de don Bosco y de sus
hijos y me tomo la libertad de dárselas. Gracias a
la grandísima bondad de Dios, todos gozamos de
buena salud y alegría y hasta parece que don Bosco
se encuentra mejor; el mal a los ojos no ha vuelto
a molestarle; y, si no fuese por el bendito dolor
de cabeza, casí gozaría de perfecta salud.
Nos hemos esmerado, don Juan Cagliero y un
servidor, de acuerdo con las caritativas
sugerencias que usted nos hizo, para buscar el
modo de librarlo del dolor. Le hemos preguntado
qué podíamos hacer para que descansara un poco
más; qué trabajo le es más fatigoso para ver de
exhonerarle del mismo; le hemos preguntado también
si algún medicamento podría ayudarle. Se echó a
reír y medio en broma, medio en serio, nos dijo:
-íYo sé muy bien lo que podría irme bien!
Insistimos nosotros para saberlo y él añadió,
entonces:
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