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Estábamos cansados y hambrientos, y en una
amplia sala adornada toda de oro, había preparada
para nosotros una gran mesa abastecida con los más
exquisitos manjares, de los que cada uno pudo
servirse a su placer.
Mientras terminábamos de refocilarnos, entró en
la sala un noble joven, ricamente vestido y de una
hermosura singular, el cual, con afectuosa y
familiar cortesía, nos saludó llamándonos a cada
uno por nuestro nombre. Al vernos estupefactos y
maravillados ante su belleza y las cosas que
habíamos contemplado, nos dijo:
-Esto no es nada; venid y veréis.
Le seguimos, y desde los balcones de las
galerías nos hizo contemplar los jardines,
diciéndonos que éramos dueños de todos ellos, que
los podíamos usar para nuestro recreo.
Nos llevó después de sala en sala; cada una
superaba a la anterior por la riqueza de su
arquitectura, por sus columnas y decorado de toda
clase. Abrió después una puerta que comunicaba con
una capilla, y nos invitó a entrar. Por fuera
parecía pequeña, pero apenas cruzamos el umbral
comprobamos que era tan amplia que de un extremo a
otro apenas si nos podíamos ver. El pavimento, los
muros, las bóvedas estaban cubiertas con mármoles
artísticamente trabajados, plata, oro y piedras
preciosas; por lo que yo, profundamente
maravillado, exclamé:
-íEsto es una belleza de cielo! Me apunto para
quedarme aquí para siempre.
En medio de aquel gran templo, se levantaba
sobre un rico basamento, una grande y magnífica
estatua de María Auxiliadora. Llamé a muchos de
los jóvenes que se habían dispersado por una y
otra parte para contemplar la belleza de aquel
sagrado edificio, y se concentraron todos ante la
estatua de Nuestra Señora para darle gracías por
tantos favores como nos había otorgado. Entonces
me di cuenta de la enorme capacidad de aquella
iglesia, pues todos aquellos millares de jóvenes
parecían formar un pequeño grupo que ocupase el
centro de la misma.
Mientras contemplaban aquella estatua, cuyo
rostro era de una hermosura verdaderamente
celestial, la imagen pareció anirmarse de pronto y
sonreír. Y he aquí que se levantó un murmullo
entre los muchachos, apoderándose de sus corazones
una emoción indecible.
-íLa Virgen mueve los ojos!, exclamaron
algunos.
Y en efecto, María Santísima recorría con su
maternal mirada aquel grupo de hijos.
Seguidamente se oyó una nueva y general
exclamación:
-íLa Virgen mueve las manos!
Y en efecto, abriendo lentamente los brazos,
levantaba el manto como para acogernos a todos
debajo de él.
Lagrimas de emoción surcaban nuestras mejillas.
-íLa Virgen mueve los labios!, dijeron algunos.
Hízose un profundo silencio; la Virgen abrió la
boca y con una voz argentina y suavísima, dijo:
-Si vosotros sois para Mí hijos devotos, yo
seré para vosotros una Madre piadosa.
Al oír estas palabras, todos caímos de rodillas
y entonamos el canto:
Load a María.
((**It8.282**)) Se
produjo una armonía tan fuerte y al mismo tiempo
tan suave, que gratamente impresionado me
desperté, y terminó así la visión.
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