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pero éstas pronto se hundieron también. La noche
se hizo negra y oscura; en lontananza se oían los
gritos desgarradores de los náufragos. Todos
perecieron. In mare mundi submergentur omnes illi
quos non súscipit navis ista, esto es, la nave de
María Santísima. (En el mar del mundo se hundirán
todos los que no se refugian en esta nave.)
El número de mis queridos hijos había
disminuido notablemente; a pesar de ello, con la
confianza puesta en la Virgen, después de una
noche tenebrosa, la nave entro finalmente, como a
través de una especie de paso estrechísimo, entre
dos playas cubiertas de limo, de matorrales, de
astillones, cascajo, palos, ramaje, ejes
destrozados, antenas, remos.
((**It8.279**))
Alrededor de la barca pululaban tarántulas, sapos,
serpientes, dragones, cocodrilos, escualos,
víboras y mil otros repugnantes animales. Sobre
unos sauces llorones, cuyas ramas caían sobre
nuestra embarcación, había unos gatazos de forma
singular que desgarraban pedazos de miembros
humanos y muchos monos de gran tamaño, que
columpiándose de las mismas ramas, intentaban
tocar y arañar a los jóvenes; pero éstos,
atemorizados, se agachaban salvándose de aquellas
amenazas.
Fue allí, en aquel arenal, donde volvimos a ver
con gran sorpresa y horror a los pobres compañeros
que habíamos perdido o que habían desertado de
nuestras filas. Después del naufragio fueron
arrojados por las olas a aquella playa. Los
miembros de algunos estaban destrozados como
consecuencia del choque violento contra los
escollos. Otros habían quedado sepultados en el
pantano y sólo se les veían los cabellos y la
mitad de un brazo. Aquí sobresalía del fango un
torso, más allá una cabeza; en otra parte flotaba,
a la vista de todos, un cadáver.
De pronto se oyó la voz de un joven de la barca
que gritaba:
-Aquí hay un monstruo que está devorando las
carnes de fulano y de zutano.
Y repetía los nombres de los desgraciados,
señalándolos a los compañeros que contemplaban la
escena con horror.
Pero otro espectáculo no menos horrible se
presentó a nuestros ojos.
A poca distancia se levantaba un horno
gigantesco en el cual ardía un fuego devorador. En
él se veían formas humanas, pies, brazos, piernas,
manos, cabezas que subían y bajaban entre las
llamas confusamente, como las legumbres en la olla
cuando ésta hierve.
Miramos atentamente y vimos allí a muchos de
nuestros jóvenes y al reconocerlos quedamos
aterrados. Sobre aquel fuego había como una
tapadera, encima de la cual estaban escritas con
gruesos caracteres estas palabras: <>.
Cerca de allí había una alta y amplia
prominencia de tierra o promontorio con numerosos
árboles silvestres desordenadamente dispuestos,
entre los que se agitaba gran número de nuestros
muchachos de los que habían caído a las aguas o de
los que se habían alejado de nosotros durante el
viaje. Bajé a tierra, sin hacer caso del peligro a
que me exponía, me acerqué y vi que tenían los
ojos, las orejas, los cabellos y hasta el corazón
llenos de insectos y de asquerosos gusanos que les
roían aquellos órganos causándoles atrocísimos
dolores. Uno de ellos sufría más que los demás;
quise acercarme a él, pero huía de mí
escondiéndose detrás de los árboles. Vi a otros
que entreabriendo por el dolor sus ropas,
mostraban el cuerpo ceñido de serpientes; otros,
llevaban víboras en el seno.
Señalé a todos ellos una fuente que arrojaba
agua fresca y ferruginosa en gran cantidad; todo
el que iba a lavarse en ella curaba al instante y
podía volver a la barca.
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