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También el frágil puente se hundió con cuantos
estaban encima de él.
Tan grande fue el número de las víctimas que la
cuarta parte de nuestros jóvenes sucumbió al
secundar sus propios caprichos.
Yo, que hasta entonces había tenido sujeta la
extremidad del tronco del árbol, mientras los
jóvenes pasaban por encima, al darme cuenta de que
la inundación había superado al altura del muro,
me industrié para impulsar la balsa hacia el
molino. Allí estaba don Juan Cagliero, el cual,
con un pie en la ventana y con el otro en el borde
de la embarcación, hizo saltar a ella a los
jóvenes que habían permanecido en las
habitaciones, ayudándoles con la mano y
poniéndoles así en seguro.
Pero no todos los muchachos estaban aún a
salvo. Cierto número de ellos se habían subido a
los desvanes y desde éstos a los tejados, donde se
agruparon permaneciendo los unos arrimados a los
otros, mientras la inundación seguía creciendo sin
cesar cubriendo el agua los aleros y una parte de
los bordes del mismo tejado.
Al mismo tiempo que las aguas, había subido
también la balsa y yo, al ver a aquellos
pobrecitos en tan terrible situación, les grité
que rezasen de todo corazón; que guardasen
silencio, que bajasen unidos, con los brazos
entrelazados los unos con los otros para no rodar.
Me obedecieron y como el flanco de la nave estaba
pegado al alero, con el auxilio de los compañeros
pasaron ellos también a bordo. En la balsa había
además una buena cantidad de panes colocados en
numerosas canastas.
Cuando todos estuvieron en la barca, inseguros
aún de poder salir de aquel peligro, tomé el mando
de la misma y dije a los jóvenes:
-María es la estrella del mar. Ella no abandona
a los que confían en su protección; ((**It8.277**))
pongámonos todos bajo su manto: la Virgen nos
librará de los peligros y nos guiará a un puerto
seguro.
Después, abandonamos la nave a las olas; la
balsa flotaba y se movía serenamente alejándose de
aquel lugar. (Facta est quasi navis institoris, de
longe portans panem suum.) (Es como nave de
mercader que de lejos trae su provisión. Pr. 31,
13.)
El ímpetu de las aguas, agitadas por el viento,
la impulsaba a tal velocidad, que nosotros,
abrazándonos los unos a los otros, formamos un
todo para no caer.
Después de recorrer un gran espacio en
brevísimo tiempo, la embarcación se detuvo de
pronto y se puso a dar vueltas sobre sí misma con
extraordinaria rapidez, de manera que parecía que
se iba a hundir. Pero un viento violentísimo la
sacó de aquella vorágine. Luego comenzó a bogar en
forma regular, produciéndose de cuando en cuando
algún remolino, hasta que, al soplo del viento
salvador, fue a detenerse junto a una playa seca,
hermosa y amplia, que parecía emerger como una
colina en medio de aquel mar.
Muchos jóvenes estaban como encantados y decían
que el Señor había puesto al hombre sobre la
tierra, no sobre las aguas; y sin pedir permiso a
nadie salieron jubilosos de la balsa e invitando a
otros a que hicieran lo mismo, subieron a aquella
tierra emergida. Breve fue su alegría, porque
alborotándose de nuevo las aguas a causa de la
repentina tempestad que se desencadenó, éstas
invadieron la falda de aquella hermosa ladera y en
breve tiempo, lanzando gritos de desesperación,
aquellos infelices se vieron sumergidos hasta la
cintura y, después de ser derribados por las olas,
desaparecieron. Yo exclamé entonces: -íCuán cierto
es que el que sigue su capricho lo paga caro!
La embarcación, entretanto, a merced de aquel
turbión amenazaba de nuevo con hundirse. Vi
entonces los rostros de mis jóvenes cubiertos de
mortal palidez:
-íAnimo! les grité, María no nos abandonará.
Y todos de consuno rezamos de corazón los actos
de fe, esperanza, caridad y
(**Es8.242**))
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