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Y volviéndose a don Bosco, que estaba
escribiendo algo en su cuaderno de notas, en un
rincón del coche, añadió.
->>No es verdad, señor abate, que estaría muy
bien hacer eso?
-A mí me parece que no, respondió el Siervo de
Dios; >>conoce usted a don Bosco?
-Un poco; >>no es verdad que la educación que
da a sus ((**It8.264**))
muchachos no está de acuerdo con nuestras ideas?
Prepara muchos jesuitas y nosotros no necesitamos
tanto fraile.
-Pero yo también, replicó don Bosco, he estado
muchas veces en el Oratorio, he hablado con don
Bosco, que se apoda a sí mismo jefe de los
pilluelos, y he visto la instrucción que da: puedo
asegurarle que no tiene más interés que el de
hacer de aquellos pobres muchachos unos buenos
cristianos y honrados ciudadanos.
Insistía el otro:
-Pero vivimos en otros tiempos; se pasó ya la
edad media.
En aquel momento llegaban a otra estación y
todos aquellos señores se apearon.
Pasaron seis o siete meses y se publicaron en
Roma unas subastas para importantes
construcciones. Aquel señor, que había hablado
contra don Bosco, era ingeniero contratista y
hubiese querido acudir a la subasta, pero le
faltaban buenas recomendaciones. Se encontró un
día en Turín con cierto marqués conocido suyo y le
pidió ayuda. Este le dijo:
-Vaya a ver a don Bosco, pídaselo en mi nombre
y estoy seguro de que le recomendará al cardenal
Antonelli.
Pocos días después se presentó el ingeniero a
don Bosco pidiéndole una carta de recomendación.
-Enseguida se la doy, respondió don Bosco. Y en
cuanto la hubo escrito se la entregó.
Nuestro hombre dióle las gracias y preguntó si
quería algo para Roma. El Siervo de Dios, le dijo
sonriendo:
-Mire, quisiera una cosa; cuando vea al
Cardenal no le diga que habría que echar a don
Bosco del Oratorio a puntapiés, y con él a sus
muchachos, porque esto no estaría bien.
Miró bien el ingeniero a don Bosco y reconoció
en él al sacerdote ante el cual había hablado mal
del Oratorio en el tren. Le pidió mil perdones,
asegurándole que no hablaría nunca más mal de él
ni del ((**It8.265**))
prójimo. Fue a Roma, consiguió las obras y ganó
cien mil liras. En adelante fue un buen católico y
guardó mucho agradecimiento al Siervo de Dios.
Hemos sabido este hecho de labios del barón Bianco
di Barbania.
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