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Mientras tanto don Bosco aceptaba cuatro
muchachos toscanos para colocarlos en el seminario
de Mirabello. El mismo los llevó hasta Turín y
desde aquí ((**It8.263**)) fueron
acompañados a Mirabello. Uno de éstos, Ernesto
Saccardi, desde su infancia había sido formado en
la piedad con una educación verdaderamente
cristiana. El día de la partida, cuando la madre
se lo entregó a don Bosco, él se enjugó las
lágrimas, tomó de la mano al Siervo de Dios, se la
besó y díjole con una sonrisa:
-Hasta ahora mi madre era todo para mí, ahora
me pongo en sus manos. Haga de mí lo que mejor
crea para mi alma.
Don Bosco le consoló, diciéndole con toda su
bondad:
-Te pido solamente dos cosas: confianza en las
cosas del alma y obediencia a tus superiores.
-Espero, repuso el muchacho, que en esto
quedará usted satisfecho.
Don Bosco partió de Florencia y, en compañía de
los nuevos alumnos, llegó al Oratorio. En este
viaje hubo también parada en Prato di Toscana,
donde ocurrió un caso curioso.
Iban en el mismo compartimiento unos señores
que hablaban de los asuntos del día y cayó la
conversación sobre la instrucción de la juventud.
Uno saltó diciendo que se debían suprimir los
estudios de los jesuitas y los colegios de los
curas. Y añadió:
-Si yo estuviese en el puesto del Gobierno
reduciría a la nada ese nido de pequeños jesuitas
que tiene don Bosco en Turín, echaría a puntapiés
a él y a sus muchachos y pondría en su lugar un
regimiento de caballería.
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