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((**Es8.222**) de ciento noventa y dos páginas en octavo, había sido adoptado en muchas escuelas; en 1876 alcanzaba los honores de la undécima edición con una tirada de varios millares de ejemplares como las anteriores, y continuó teniendo hasta nuestros días una salida incalculable. También don Miguel Rúa, inscrito en el segundo año de la Facultad de Filosofía y Letras, como aspirante al doctorado en Letras, se presentaba en 1866 a este examen extraordinario ((**It8.252**)) para conseguir el diploma de profesor de Retórica. En las pruebas por escrito no sólo fue aprobado por unanimidad, sino que obtuvo el aplauso en la composición poética. Sin embargo, tocóle también la desgraciada suerte de los demás candidatos por la animadversión de los profesores contra la disposición ministerial; y no fue admitido al examen oral, porque se pretendía que presentase documentos legales acreditativos de que ya había dado clase con licencia de la autoridad escolástica, y por qué no se había inscrito en el tiempo debido a estos exámenes extraordinarios. Todo eran excusas, pero él no pudo presentarse a un examen del que, sin duda, habría salido brillantemente. Sobresalía en historia y en las lenguas italiana, latina y griega, en la que era muy experto. Durante los años 1856-1857 recibió lecciones del famoso helenista, el abate Amadeo Peyrón, a cuya casa iba regularmente varias veces a la semana. Su aprovechamiento fue tal que traducía los autores griegos a libro abierto. Así lo cuenta el canónigo profesor Anfossi, su compañero y amigo, quien añade que, en 1866 ó 1867, en los exámenes de letras en la Universidad, ante el ejercicio de la traducción de una página de un autor griego muy difícil, hubo un candidato que, no logrando traducirla, encontró el modo de esquivar la vigilancia del profesor asistente; y quien tenía el encargo de procurar la traducción fue Anfossi, el cual se presentó a Don Miguel Rúa, rogándole le hiciese el tal favor. Don Miguel Rúa, que estaba sentado en su despacho de Prefecto, cercado de papeles y visitas, tómo el texto, lo leyó y currenti calamo (con presteza) escribió la traducción que, entregada al examinado y copiada fielmente, obtuvo óptima calificación. Baste decir que el abate Peyrón solía decir: -íSi yo tuviese seis hombres como don Miguel Rúa, abriría una Universidad! Después de unos meses, obtenía su doctorado en Letras el clérigo Francisco Cerruti, cuyo nombre debía resplandecer con justa fama en el mundo literario y en los campos de la pedagogía. (**Es8.222**))
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