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((**Es8.205**) -Acuérdate de tu pobre padre que murió ya hace algunos años, y ruega por él. El hijo, enojado por esta recomendación, que significaba mucho más de lo que las palabras decían, respondió: ->>Para qué rezar? Si está en el infierno o en el cielo, no necesita de nuestras oraciones; y, si está en el purgatorio, ya saldrá a su tiempo. La pobre madre, herida por tan brutal expresión, no osó replicar, por miedo a que soltase peores palabras o porque como vivía a sus expensas y era tímida por natural, no se atrevía a quejarse a quien fácilmente se enfurecía. Llegó la noche y durante ella le pareció a la madre oír un extraño rumor en la habitación del hijo. Por la mañana lo esperó en el salón mientras él se preparaba para salir de casa. Apareció con la cara descompuesta, como quien ha pasado una mala noche. Su madre le dijo: -Me ha parecido oír esta noche ruido en tu habitación... -íQué ruido!, respondió el hijo; las mujeres tenéis la cabeza llena de las supersticiones que os enseñan los curas. Y, tomando el sombrero, salió bruscamente de casa. La madre se convenció de que aquella noche su hijo había pasado realmente algún momento de miedo. Al anochecer tornóse hosco su semblante y estaba taciturno. A la hora de costumbre se retiró a la habitación y se cerró. También él había oído el rumor misterioso de la noche anterior y presentía algo peor. No era por naturaleza miedoso, por lo que se propuso hacer frente a cualquier cosa que sucediese. No obstante, antes de acostarse examinó bien todos los rincones de su habitación, movió y colocó de nuevo en su sitio todos los muebles, miró bajo la cama, y, seguro de que no había nada en la habitación que pudiese hacer ningún ruido, se acostó. Estuvo perplejo un instante pero, avergonzado de su zozobra, apagó la luz. Delante de su ventana había un largo balcón corrido que daba acceso a otras habitaciones. La luna iluminaba el balcón; su cama estaba frente a la ventana. A cierto punto oyó unos pasos; era el mismo rastrear de los pies de su padre cuando paseaba por casa en chancletas, acompañado del monótono golpe del bastón en el que se apoyaba. Se incorporó y se sentó en la cama; con los ojos muy abiertos observó el balcón de donde llegaba el rumor de los pasos, que se acercaba. ((**It8.232**)) Y he aquí que, por delante de la ventana, ve pasar la misma sombra de su padre, con su ropa, su estatura, su modo de caminar. La sombra avanzó más allá, volvió a pasar por delante de la ventana y retrocedió. El pobre hombre no osaba siquiera respirar. El rumor de los pasos que se había alejado volvió a oírse más cercano. Detúvose la sombra ante la vidriera y al cabo de un momento, aunque ésta quedó cerrada, penetró en la estancia y se puso a pasear arriba y abajo a los pies de la cama. Aquel hombre no sabía en qué mundo se encontraba; recobró el valor y exclamó: -Padre, >>necesitáis algo de mí? El padre no respondió y continuó paseando. -Padre, repitió después de unos momentos, si necesitáis oraciones decídmelo. -No necesito nada, respondió el padre con voz ronca. Y se detuvo mirando fijamente a su hijo. ->>Entonces, por qué habéis venido?, se atrevió a preguntar. -He venido para advertirte que ya es hora de que termines con los escándalos que das a tus hijos, a esas almas sencillas, que tú deberías haber conservado inocentes. Esos pobrecitos aprenden de ti, de su padre, >>entiendes? Aprenden a blasfemar, (**Es8.205**))
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