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predicho años y años antes, que el Oratorio se
habría ampliado y habría prosperado. Era voz
acreditada entre los alumnos que don Bosco leía en
las conciencias; y en prueba de ello está el hecho
de que cuando uno tenía un pecado en la conciencia
no se atrevía a presentarse a él, salvo que fuera
en confesión, por miedo a que se lo leyese en la
frente. Fui testigo de esto varias veces.
Estábamos persuadidos también de que don Bosco,
aun estando lejos, había sabido desórdenes que
ocurrían en el Oratorio.
>>Resplandecía en él una grande y mesurada
prudencia, de modo que en el Oratorio nunca hubo
que lamentar ciertos desórdenes y escándalos que,
a veces, se ven hasta en colegios bien dirigidos.
Su sistema era poner a los muchachos en la
imposibilidad de faltar. Con su ejemplo, con la
vigilancia de todos, mantenía siempre el orden y
la disciplina, aunque había muchos alumnos y de
diverso carácter.
>>Se regulaba en todo con justicia. Aun
aquellos que pagaban una pensión mensual completa,
no llegaban a cubrir todo lo que recibían de la
casa.
>>Su humildad resplandecía en su modo de obrar
sencillo, dulce, afable, accesible a todos, de
modo que como un imán atraía hacia él nuestros
corazones y resultaba una suerte para nosotros
poder acercarnos a él y hablarle. En sus charlas
familiares inculcaba siempre el pensamiento y el
deseo del paraíso.
>>Eran tan grandes su fe y su confianza en la
misericordia de Dios que esperaba que todos
nosotros iríamos al paraíso y que todos los que
murieran en el Oratorio ciertamente se salvarían.
Con frecuencia nos decía, ora a uno, ora a otro
una palabra que nos llevaba a Dios y que siempre
causaba efecto saludable en nuestros corazones.
Era un espectáculo sorprendente ver cómo los
forasteros ((**It8.226**)) le
rodeaban y querían a toda costa besarle la mano y
recibir su bendición, si podían de rodillas. En
aquellos días sufríamos nosotros una verdadera
privación al no poder acercarnos a él. Poseía un
don especialísimo que fue el de saber hacerse amar
no sólo por los que se quedaron con él en sus
casas, sino también y constantemente por todos los
que fueron educados por él y se dispersaron
después por la disversas clases sociales.
>>Al recordar ahora aquellos tiempos puedo
afirmar que los muchachos en general correspondían
a las santas industrias de don Bosco, tenían una
conducta elogiosa y algunos digna de admiración.
En el Oratorio florecía el espíritu de piedad y el
santo temor de Dios. Y si alguna vez sucedía que
un muchacho no se adaptaba al
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