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->>Qué quiere que le diga? Le diré que es
consolador el pensamiento de haber trabajado
siempre por el Señor.
-No, no es esto...; lo que me consuela es
pensar en la misericordia de Dios. Yo estoy
tranquilo... >>No será, acaso, presunción esta mi
seguridad?... Y, sin embargo, busco una razón
seria que me humille y me confunda y no lo
consigo.
Y concluyó exclamando:
íOh! íCuánto deseo unirme al Señor! íCupio
dissolvi et esse cum Christo!
Dio después orden de que, apenas hubiese
expirado, fuese uno de nosotros al Oratorio e
hiciese telegrafiar a don Bosco, dado caso que
estuviese todavía en Castelnuovo.
En aquellos momentos se hallaban presentes en
la habitación varios de los clérigos destinados a
velarlo. Como quiera que habían pasado en vela
varias noches, y ocupados durante el día con los
muchachos, se encontraban molidos como una alheña.
El moribundo se dio cuenta de ello y les ((**It8.216**)) mandó
que fueran a descansar. Ellos se resistieron, pero
tanto insistió que tuvieron que retirarse. Quedóse
en la habitación el joven Modesto Davico, su
paisano, enviado de Turín algún tiempo antes, a
fin de que, en caso necesario, pudiese prestarle
sus servicios. Yo también tuve que retirarme.
Tenía el enfermo aquella noche un aspecto tan
sereno que nadie hubiera presagiado que estaba tan
próximo el término de sus sufrimientos. Pero no
era todavía media noche cuando, haciendo un
esfuerzo para alzarse de la cama, llamó a Davico y
le dijo:
-Dame la sotana; quiero levantarme; me falta la
respiración;
necesito pasear.
-Pero hace frío, observó el joven; este paseo
podría hacerle daño al costado.
-Me ahogo, querido; necesito aire.
El joven enfermero le ayudó a bajar de la cama
y a vestirse, y le sostuvo mientras se encaminaba
hacia la puerta para salir al exterior; pero,
apenas dio unos pasos, vaciló y cayó en brazos del
que lo sostenía. Le asaltó entonces un golpe de
tos y le faltó la fuerza para expectorar, por lo
que el estertor le subió a la garganta. Davico,
asustado, sin poder sostener más el peso de un
cuerpo inerte, ni agarrar la cuerda de la
campanilla, demasiado lejana, empezó a gritar:
-íDon Víctor se muere, don Víctor se muere!
El moribundo volvió la cabeza hacia el joven y
le miró tranquilamente a la cara.
Davico, al ver que sus gritos no habían sido
oídos, le colocó despacio
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