((**Es8.19**)
Se conserva todavía la invitación que el Siervo
de Dios envió ((**It8.6**)) a la
familia del Marqués de Fassati, convidándole a
comer, y por su medio, a la Duquesa de
Montmorency:
Muy señora mía Acelia:
Gracias por su cortés invitación; yo procuraré
sacar buen partido de ella, pero >>no podría usted
hacer lo posible para que pudieran venir ellos,
también mañana? >>Quién sabe si la señora Duquesa,
con el deseo de ver y oír los prodigios de
Gianduia, no se decidirá a asistir también ella?
Empiece a preparar los puntos de la discusión
sobre los cargos; el debate público se celebrará
el viernes.
Que Dios la bendiga y los Reyes Magos le
traigan un gran deseo de ser santa.
Muchas felicidades para Papá, Mamá y la señora
Duquesa.
Ruegue por mí, que con gratitud me profeso,
Turín, 5 de 1865.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Así empezó el año 1865. Los trabajos
materiales, aun los que se hacen para promover
obras buenas, suelen enfriar, poco o mucho, la
intensidad del ardor por las cosas espirituales en
quienes no poseen una virtud perfecta.
Con don Bosco no fue así. No cesó ni por un
instante de perseguir, como único objetivo de su
vida, la salvación de las almas. Lo confirman las
charlas que continuamente dirigía a sus muchachos
después de las oraciones de la noche. Reproducimos
las que figuran en nuestra crónica, señaladas con
la fecha del día.
2 de enero de 1865
Ya han pasado dos días, mis queridos hijos, del
nuevo año. >>Lo habéis empezado bien? Lo habéis
empezado: >>estáis seguros de acabarlo? Alrededor
de las once de la noche del último día del año
1864 el hermano del ministro Della Róvere se
encontraba en su mesa de trabajo despachando unos
asuntos, y de improviso le acometió un golpe
apoplético. A la una, dos horas después, ya era
cadáver, y sin haber podido recibir los
Sacramentos. ((**It8.7**)) Por
fortuna era un buen cristiano. Me aseguran sus
amigos que el día de Navidad los había recibido.
Esperamos que el Señor le habrá admitido en la
bienaventuranza del cielo. Mirad: eran tres
hermanos: el Ministro, éste del que os he hablado
y otro jesuita, residente en Roma. En el espacio
de cuarenta días, han pasado los tres a la
eternidad, víctimas de la misma enfermedad.
>>Pensarían al principio del año 1864 que era el
último de su vida? Así pues, estemos preparados,
porque cuando menos lo pensemos vendrá el Señor a
llamarnos. Y entonces, >>qué haremos? La muerte de
apoplejía es de dos clases: la imprevista y la
repentina. La imprevista es la que viene cuando no
estamos preparados: la repentina es la que nos
sorprende, pero preparados. Venga, pues, la muerte
repentina, pero líbrenos Dios de la muerte
imprevista.(**Es8.19**))
<Anterior: 8. 18><Siguiente: 8. 20>