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-Perdone, señor Prefecto, bébala enseguida;
está caliente y le hará bien.
-Tu observación no es oportuna; tráeme la taza
después de las oraciones.
-Pero después de las oraciones estará fría y
entonces es inútil beberla.
-Ahora debo rezar con los muchachos; si se
enfría, la beberé fría.
Y se recogió de nuevo en oración: conocía muy
bien el precioso valor de la plegaria hecha en
común.
Cuando oía el toque del Angelus, invitaba a los
que estaban con él a arrodillarse y lo rezaba, él
también.
Un día vino un muchacho ya mayor que hacía la
señal de la cruz muy deprisa. Lo tomó aparte y le
dijo:
-Mi querido amigo, >>permites que te haga una
observación?
-Diga usted, señor Prefecto.
-Si don Bosco te viese hacer la señal de la
cruz, con tan poca gracia como tú la has hecho, te
regañaría.
-Perdone, señor Prefecto. La verdad es que no
pensaba lo que hacía, pero me parecía haberla
hecho bien.
-Cuando hagas un acto religioso, atiende a lo
que haces.
-Muchas gracias; procuraré cumplir su aviso.
-No lo tomes a mal. Te corrijo porque te quiero
bien. También a mí me gustaría que me avisaran
siempre que falto; es más, te ruego que me hagas
el servicio que yo te he hecho cuando veas que lo
necesito.
Y continuó:
-Dime; >>te he molestado tal vez?
-íOh, no! de veras; le doy infinitas gracias.
-Entonces quiéreme siempre bien y vete a jugar.
Verdaderamente, era un ejemplo de exactitud; a
pesar de que por su reuma le resultaba
dolorosísimo cualquier movimiento ((**It8.209**)) del
brazo, sin embargo, se esforzaba para hacer con
precisión la señal de la cruz.
Pero el mal le había reducido a tal estado que
no podía apoyar la cabeza por ninguna parte. Si la
ponía sobre la almohada, los nervios,
sensibilísimos, le producían espasmos
insoportables; lo mismo le sucedía si apoyaba la
frente en su mano. Rogó entonces al que le asistía
que le pusiese un trebejo de madera a las
espaldas, que sostuviese su cabeza algo levantada
y así él permanecería siempre sentado en la cama.
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