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((**Es8.185**) Quería conocer la marcha de la casa v amonestaba con gran caridad al que necesitaba corregir un defecto. En ausencia de confesores se prestaba gustosamente a confesar a los clérigos. Cuando recordaba el gran bien que puede hacer un sacerdote en el sagrado ministerio, exclamaba: -Yo soy un veterano, jubilado de todo servicio. ((**It8.207**)) Su oración era continua. Todas las mañanas, exceptuados algunos días de sus dos últimas semanas, quiso bajar a la iglesia para oír la santa misa y comulgar a pesar del sufrimiento que le ocasionaba estar en ayunas. Mientras pudo, asistió siempre de rodillas; cuando más tarde se lo impidió la debilidad, la oía sentado, arrodillándose solamente en el momento de la consagración. En alguna ocasión quiso celebrar la misa a las dos de la mañana, pero resultaba un esfuerzo verdaderamente heroico, que le producía un desfallecimiento que le tenía postrado todo el día. La última vez que celebró fue el 1.° de octubre, domingo, fiesta del Santo Rosario. Los días siguientes se arrastraba por la tarde a la iglesia para hacer una visita a su Señor Sacramentado y allí permanecía más de una hora. Tenía especialísima devoción a la Santísima Virgen. El rosario, con muchas otras oraciones, era su alimento cotidiano. íCómo rezaba! Observándole en aquel momento había que exclamar: -íVerdaderamente este sacerdote tiene fe viva! Cuando podía, rezaba en alta voz, a pesar de los dolores que le ocasionaba en la garganta articular palabras; cuando no podía por la violencia de la tos o por la extrema debilidad, causaba gran edificación el verle desgranando las cuentas del rosario. Con esta piadosa práctica continuó hasta el último día de su vida. Una tarde, estaba ya en cama cuando, a las ocho y media, hora de las oraciones, los alumnos arrodillados en el patio, antes de empezar las oraciones y siguiendo la costumbre, empezaron a cantar una estrofa de la canción que empieza diciendo: Somos hijos de María. A las primeras notas de las voces infantiles, don Víctor, que en aquel momento parecía empezaba a dormir, se sobresaltó, se esforzó para sentarse en la cama, se quitó el gorro de la cabeza y unió su cansada voz al canto de los muchachos. Después, juntó devotamente las manos sobre el pecho y acompañó en voz baja las oraciones. En aquel momento entraba en su habitación un clérigo con una taza de manzanilla que ((**It8.208**)) había pedido para facilitar la digestión, tan penosa para su estómago, y se la presentó. Don Víctor le indicó que la pusiera sobre la mesita. (**Es8.185**))
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