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Quería conocer la marcha de la casa v
amonestaba con gran caridad al que necesitaba
corregir un defecto. En ausencia de confesores se
prestaba gustosamente a confesar a los clérigos.
Cuando recordaba el gran bien que puede hacer un
sacerdote en el sagrado ministerio, exclamaba:
-Yo soy un veterano, jubilado de todo servicio.
((**It8.207**)) Su
oración era continua. Todas las mañanas,
exceptuados algunos días de sus dos últimas
semanas, quiso bajar a la iglesia para oír la
santa misa y comulgar a pesar del sufrimiento que
le ocasionaba estar en ayunas. Mientras pudo,
asistió siempre de rodillas;
cuando más tarde se lo impidió la debilidad, la
oía sentado, arrodillándose solamente en el
momento de la consagración. En alguna ocasión
quiso celebrar la misa a las dos de la mañana,
pero resultaba un esfuerzo verdaderamente heroico,
que le producía un desfallecimiento que le tenía
postrado todo el día.
La última vez que celebró fue el 1.° de
octubre, domingo, fiesta del Santo Rosario. Los
días siguientes se arrastraba por la tarde a la
iglesia para hacer una visita a su Señor
Sacramentado y allí permanecía más de una hora.
Tenía especialísima devoción a la Santísima
Virgen. El rosario, con muchas otras oraciones,
era su alimento cotidiano. íCómo rezaba!
Observándole en aquel momento había que exclamar:
-íVerdaderamente este sacerdote tiene fe viva!
Cuando podía, rezaba en alta voz, a pesar de
los dolores que le ocasionaba en la garganta
articular palabras; cuando no podía por la
violencia de la tos o por la extrema debilidad,
causaba gran edificación el verle desgranando las
cuentas del rosario. Con esta piadosa práctica
continuó hasta el último día de su vida.
Una tarde, estaba ya en cama cuando, a las ocho
y media, hora de las oraciones, los alumnos
arrodillados en el patio, antes de empezar las
oraciones y siguiendo la costumbre, empezaron a
cantar una estrofa de la canción que empieza
diciendo: Somos hijos de María. A las primeras
notas de las voces infantiles, don Víctor, que en
aquel momento parecía empezaba a dormir, se
sobresaltó, se esforzó para sentarse en la cama,
se quitó el gorro de la cabeza y unió su cansada
voz al canto de los muchachos. Después, juntó
devotamente las manos sobre el pecho y acompañó en
voz baja las oraciones.
En aquel momento entraba en su habitación un
clérigo con una taza de manzanilla que ((**It8.208**)) había
pedido para facilitar la digestión, tan penosa
para su estómago, y se la presentó. Don Víctor le
indicó que la pusiera sobre la mesita.
(**Es8.185**))
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